EDITORIAL Resilencia Familiar en el síndrome de Down

EDITORIAL

RESILIENCIA FAMILIAR EN EL SÍNDROME DE DOWN

Mar Hernández
MSc. Ciencias de la Educación

 

Decía Shakespeare, en Julio César: “Hay un flujo y reflujo en los asuntos de los hombres, que, si se toma en la subida, lleva a la fortuna, y, si se descuida, toda la travesía de la vida queda encallada en bajíos y en miserias“. Ciertamente es así, nosotros los seres humanos atravesamos la curva empinada de la prueba y somos nosotros mismos los que decidimos cómo abordaremos esa curva.

Justamente la forma en la que enfrentamos la turba, el duelo y la crisis es la que nos llevará a ser resilientes. En el fenómeno de la crisis se pueden apreciar tres momentos por donde transitará el alma humana. El primero, le llamamos IMPACTO, acá nos sentimos confundidos, impotentes, desamparados y hasta amargados con la vida; creemos que no podremos con lo que está aconteciendo. La llegada de un hijo con síndrome de Down supone, en la mayoría de los casos, un abatimiento emocional y una dificultad para atravesar la realidad, se nos dificulta en ese momento creer que la crisis lleva de forma intrínseca el crecer. El segundo por su parte, le llamamos RECOLOCACIÓN, aquí lo que acostumbrábamos a hacer frente a una desavenencia pareciera que no nos sirve y que conforme se suceden los días, más y más tensión ocurre en nuestro interior; sin embargo, una luz al final del túnel nos empieza a mostrar que existen vías de escape en las que podemos respirar a fondo, profundo y sin miedo.

El tercero y gracias a Dios por él, se denomina ACEPTACIÓN, en este momento es cuando descubrimos que el mar de la tribulación y la tormenta de las preguntas avasallantes tienen su punto de quiebre y comenzamos a afrontar lo que creíamos no lograríamos jamás. Nos encontramos en el núcleo central de la crisis en el que tenemos dos caminos, o nos quedamos estancados, vacíos y consolidamos el sufrimiento como modo de vida; o nos abrimos espacio para salir fortalecidos, dignificados y liberados; cuando escogemos este último camino nos damos cuenta que fuimos golpeados y sacudidos pero que hemos renovado nuestra actitud y visión y, más aún, hemos salido fortalecidos y allí nos sabemos RESILIENTES.

Ahora bien, la resiliencia es eso que nos permite mirarnos desde adentro con posibilidad para poder mirar afuera y comenzar a construir, en medio del reto y el desafío que se presenta, un escenario de oportunidad. La resiliencia no reprime o  comprime el dolor, eso es imposible; la resiliencia te permite no quedarte enganchado en el sufrimiento. Que cada uno de nosotros miremos hacia el pasado y nos demos cuenta que aceptamos y actuamos. Así sucede en el entorno familiar, debemos lograr primeramente una resiliencia individual que posibilite espacios de contacto, conexión y respeto; a la par de atender, comprender y tolerar las emociones y sentimientos de nuestros amados. Es un desafío tener un hijo con síndrome de Down y conforme va creciendo, el desafío va también  robusteciéndose y es allí donde debemos descubrir qué funciona para nuestras familias y cómo podemos implementarlo. La fortaleza familiar también subyace en la puesta en escena de mecanismos que cubran las necesidades de los nuestros y no necesariamente en aplicar lo que otros hacen a sabiendas que no funcionará por las particularidades de los entornos.

Asimismo, una familia es fuerte en la medida que gestiona con madurez sus emociones, es decir, no se queda atorada en la frustración, sino que decide superar la emoción pasajera y asirse del sentimiento positivo el cual debería ser permanente. Una familia es fuerte y resiliente cuando reconoce que las realidades y pruebas siempre existirán pero que el enfrentarlas con humildad, entereza y sabiduría permitirá extenderse en el camino de la valoración y la comprensión y ahora mucho más cuando las familias han sido golpeadas por esta pandemia y el confinamiento sanitario. Pero si miramos desde una óptica de madura resiliencia, nos podemos dar cuenta que el Covid19 nos puso a prueba en términos de convivencia familiar. Nos empujó a la tecnología educativa y casi que nos obligó a estudiar con nuestros hijos. Nos hizo replantear mucho de nuestras vidas y por supuesto nos golpeó incrementando la tensión de nuestras propias realidades personales. Nos está haciendo valorar el tiempo en familia, evaluar nuestras conductas y cómo respondemos ante las diversas contrataciones personales.

Ahora más que nunca la resiliencia familiar reside en el diálogo, la comunicación diaria y el establecimiento de vínculos donde podamos expresar nuestras ideas, aflorar nuestros temores, dudas y también sueños y posibilidades, en pro de construir un núcleo familiar de fe, confianza, cohesión y esperanza para enfrentar y superar las pruebas, así como disfrutar desde el sano gozo las bonanzas de esta carrera de vida.