La enseñanza impartida por una alumna, estudiante de Medicina

Artículo Personal: La enseñanza impartida por una alumna, estudiante de Medicina
Covadonga Calvo
Antes de nada debo situar mi contexto (me encanta la idea). Mi nombre es Covadonga, tengo 24 años y soy la cuarta de ocho hermanos. Acabo de terminar la carrera de Medicina en la Universidad Complutense de Madrid y, como la gran mayoría de los futuros médicos de este país, este es mi año en el que debo preparar un examen de oposición llamado MIR (por Médicos Internos y Residentes), para poder obtener una plaza. Y, si todo va bien y alcanzo una determinada puntuación, podré elegir la especialidad que quiero para formarme en un Hospital.
Voy a mostrarte una carta que, realmente, escribí a modo de "autodefensa". Un día de este verano de 2022 me tocaba estudiar Pediatría. Y en el tema correspondiente a “Cromosomopatías” (enfermedades debidas a alteraciones de los cromosomas) sentí que lo que leía no representaba a mi hermano con síndrome de Down, actualmente en su plenitud, y eso me exprimía un poco el corazón. Intenté estudiar ese día... pero no lo conseguía porque yo seguía dándole vueltas en mi cabeza a la misma idea y no era capaz de concentrarme. Total, que como sabía que si no lo escribía no me iba a sentir liberada, así lo hice. Además, tengo una foto de toda mi familia en mi escritorio y yo no dejaba de mirar a mi hermano Pillo (Felipe) y de pensarlo.
Felipe es el que va detrás de mí, es decir es el quinto, y ahora mismo tiene 21 años. Terminó el colegio este año y va a empezar un título propio en gestión comercial y auxiliar de floristería. De mi familia, unos compartimos la devoción por las ciencias de la salud (farmacia, enfermería, medicina...) y otros han encontrado su camino por la rama de las letras, la política, el derecho... Pero realmente a todos nos gusta mucho conocer, profundizar, filosofar, escribir... Y tenemos la mejor parte en la que Felipe es el cabecilla del grupo: que es que somos muy teatreros, nos gusta cantar y bailar a todas horas y hacer mucha piña.
La carta está escrita en cuatro folios que tenía yo en la mesa. Pero pensé que, a lo mejor, a mi familia le gustaría leerla (porque en ese momento ellos estaban en Madrid y yo en el norte de España), y así me sentiría un poco más comprendida en ese día. Así lo hice y su respuesta fue maravillosa: todos me animaron a subirlo a mis redes (que las tengo privadas) y ahí la respuesta general de la mayoría de mis conocidos fue también muy entrañable y bonita. Y ahí se quedó todo. Pero al ser la Fundación Talita la fundación en la que ha estado Felipe toda la vida y la que le ha ayudado a ser quien es, se la envié y les propuse que, si querían compartirla, podían hacerlo perfectamente y así lo hicieron. Y esto es lo que ha pasado y lo último que me esperaba.
La carta es la siguiente:
Querido Felipe:
Hoy me ha tocado estudiarte y he tenido la sensación de que se han olvidado de lo más importante, de aquello que más te caracteriza. Hoy me ha tocado estudiar a las personas con síndrome de Down y no te he encontrado del todo. Hoy me ha tocado estudiarte y te he echado en falta.
Porque allí donde leía “oblicuidad mongoloide de pliegues palpebrales” faltaba la aclaración de mirada cómplice, achinada, que cuanto más achatada es, más llena de picardía y de bondad. Porque allí donde especificaban “manchas de Bruschfield” yo veo unos ojos verde esmeralda repletos de puntitos dorados que hacen que, cuando te dignas a abrirlos, tengas los ojos y la mirada más bonita del mundo.
Había una lista interminable de adjetivos definitorios de gente como tú pero les faltaba plasmar la realidad del asunto. Allí donde escribían “macroglosia” yo me acuerdo de tu forma de sacar la lengua a modo burlón, allí donde ponían “surco simiesco” y “piel redundante” yo recuerdo tus manos ásperas y pequeñas que acarician mi rostro despacio y con especial cariño.
Allí donde remarcaban “malformaciones cardiacas asociadas” no se entiende qué es porque en vuestro corazón cabe todo el mundo, porque es un corazón tan grande y pleno que no deja a nadie atrás, un corazón diferente y que, por tanto, no puede ser igual al de los demás.
Nos han aclarado fervientemente que sois “la causa más frecuente de retraso mental grave” en los países desarrollados. Y yo me pregunto: ¿de qué tipo de inteligencia estamos hablando? Si supieran lo mucho, muchísimo, que aprendemos cada día de vosotros… Admiro y deseo vuestra inteligencia: tan humana, tan bella, tan sencilla. Tan arraigada a la naturaleza del ser humano que detecta al instante el dolor y la tristeza y no es capaz de no sufrirlas en sus propias carnes. Una inteligencia que no conoce la maldad, que acoge a todo ser vivo (humano, vegetal, animal…) y lo abraza con tantas ganas y fuerza que a veces te puede dejar sin respiración.
Y es así como yo, en este día de verano tan diferente, en la multitud de características que médicamente os definían, no te he encontrado, querido hermano. No he encontrado por ningún lado tu sonrisa picarona y tu risa sonora, tampoco tus cánticos a pleno pulmón, ni tus ronquidos que demuestran que te estás echando una señora siesta. No he reconocido tus pies, ni tus deditos separados, ni tu abrazo que tanto me calma y seca mis lágrimas. Me ha faltado tu alegría y empeño (tan testarudo a veces), tu pozo sin fondo para la comida y tu forma de andar. Me ha faltado todo lo que realmente os define y os hace diferentes, y he sentido la necesidad de escribirte, de definirte, de darte a conocer como lo que realmente eres en la vida, y no solo como todos esos rasgos que tan secamente me ha tocado estudiarme hoy.
Ojalá que todo el mundo tenga la oportunidad de conoceros (y estudiaros) como lo que realmente sois. Estoy plenamente segura que su visión (y la de esta sociedad) cambiaría. Gracias por enseñármelo de primera mano, te admiro profundamente (aunque nunca llegues a entenderlo).
Covadonga