Editorial: La normalidad como preferencia

La normalidad como preferencia

Un buen amigo comentaba recientemente el desconcierto que le produjo el hecho de que el INEM hubiese rechazado en primera instancia a su hija para tomar parte en un programa de formación y empleo, toda vez que ésta, con 24 años y síndrome de Down, es una profesional permanentemente dirigida con apoyo y muy competente, como lo ha demostrado en los muchos meses que lleva trabajando eficazmente en unas oficinas del Ayuntamiento.

A veces nos sentimos descorazonados por el sentimiento que produce encontrarse con una persona cara a cara, y ver cómo ésta toma una decisión de envergadura y trascendencia sólo porque los rasgos del candidato que tiene enfrente se salen de los cánones calificados como “normales”.

¿Qué es la normalidad? La Real Academia Española de la Lengua define este término como: tranquilidad, serenidad, naturalidad, calma, orden, etc. Y desde esa perspectiva no veo que exista diferencia intrínseca entre una persona con síndrome de Down y otra que no lo tiene.

Pero si lo que la gente comúnmente llama “normal” es aquello que se ciñe a una estadística, en la que entran todos los seres que miden entre A y B, pesan entre C y D, tienen capacidad para razonar de 1 a 10, hablan, comen y duermen, ... pues, aunque me parezca poco riguroso el empleo del término en sí, que duda cabe que un síndrome de Down se sale de esa tabla.

Para todos deberían existir cursos adaptados a las características cognitivas de las personas, pues esa sería la manera de no hacer discriminaciones de carácter general basadas en lo que se considera "la normalidad", ya que todos tenemos –gracias a Dios- algo que se sale de ella.

En el caso que nos toca de cerca, el síndrome de Down, sí se emplean a fondo esos programas de adaptación a cada individuo que nace con ello, y es asombroso y del todo formativo para la comunidad general ver cómo esas técnicas aplicadas individualmente otorgan a personas como la hija de mi amigo la profesionalidad y responsabilidad de la que hace gala en su horario laboral y en todos los aspectos de su vida.

Afortunadamente, tras explicaciones y movimiento aquella joven fue admitida en el curso de formación porque la constancia y la tenacidad suelen triunfar cuando existen buenas razones para ello. Pero no por este caso puntual dejamos el tema en manos de la suerte que a veces acompaña estas situaciones, pues muchos pierden ese autobús y hay que empezar de nuevo, una y mil veces.

Es muy cansado. En momentos, incluso, queremos tirar la toalla, pero aunque sólo fuera por marcar alguna diferencia entre los que todos llaman “normal” y nosotros “formación”, “preparación”, “atención”, “constancia”, “perseverancia” y lo que sí es un termino más absoluto, “educación”, merece la pena seguir saltando obstáculos.

Los resultados no les hace a Ellos ser más “normales” pero es muy probable que a nosotros sí..