Editorial: Se merece un descanso

Recientemente se ha planteado en el Foro de este Canal la duda sobre si las vacaciones escolares de nuestros pequeños con síndrome de Down debiesen aplicarse con la misma intensidad, y en todos los terrenos de su vida diaria, durante la época estival.

Más de uno expresaba la posibilidad de continuar la estimulación profesionalmente entendida, o la logopedia, o cualquier otro aspecto ortodoxo para no perder los avances que con tanto esfuerzo consiguen ellos durante todo el año.

Es cierto que las vacaciones estrictamente escolares son quizá demasiado largas para cualquier niño que, en casi tres meses, pierde hábito y disciplina de estudio. Más inquietud nos puede producir el pensar que nuestros hijos con discapacidad pueden olvidar en ese período todo lo aprendido con su esfuerzo durante el resto del curso. Pero para todo hay un término medio. En realidad, la mayor parte de los padres sólo descansamos un mes y son ellos los que van de un lado para otro, con abuelos, campamentos, etc. y disfrutan de más largo período.

La idea que debe primar es que las vacaciones no tienen que suponer el abandono completo de todo proceso de aprendizaje. Se trata más bien de que el aprendizaje prosiga y continúe, pero de un modo distinto, más informal y, por así decir, lúdico. Es un aprendizaje enriquecido y ampliado con la cotidianeidad, en el que la familia y los amigos nos incorporamos de manera más comprometida. ¿Qué mejor logopedia que las conversaciones y encuentros relajados? ¿Qué mejor comunicación que la que brindan las salidas y las tertulias? ¿Qué mejor psicomotricidad, estimulación y aprendizaje que los múltiples acontecimientos de la excursión, el paseo, el contacto con mil estímulos en la playa, en el campo, en el monte? ¿Qué mejor refuerzo de la memoria que el contar y repasar juntos lo acontecido, o preparar el plan del día siguiente?

Junto a ello, todos -pequeños, adolescentes, jóvenes, adultos- se incorporan a la disciplina de la casa para "practicar habilidades y desarrollar destrezas" -como se nos suele decir- que, por falta de tiempo durante el invierno, no suelen practicar. Esto significa sumarlos a las tareas que diariamente se desempeñan en un hogar, como puede ser poner la mesa, ayudar a preparar desayunos, meriendas y comidas, hacerse la cama y recoger las habitaciones, el empezar a vestirse solos, enseñarles a organizar sus enseres para ir a la playa, piscina o excursión, recoger y ordenar la ropa y, en general, ir cediéndoles autonomía y control bajo la observación atenta pero no obsesiva de la familia. Eso es auténtico aprendizaje que requiere tiempo, sosiego. Y es practicar el orden, del que tanto se beneficiarán después.

También es momento de plantearnos la posibilidad de mandar a los más mayores a campamentos de recreo organizados por las fundaciones y asociaciones que a ello se dedican, pues en gran medida es lo mismo que hacemos con el resto de nuestros hijos. Es comprensible la inquietud que pueda producir a los padres tal opción, pero también es necesario darnos a nosotros mismos la oportunidad de confiar en ellos. La mayor parte de las organizaciones que se dedican a este tipo de ocio saben bien lo que se traen entre manos, y muchas veces somos nosotros, los padres, quienes impedimos por miedo o angustia darles este margen de diversión que probablemente nos sorprenda por su buen resultado.

Hay que tener presente, sin embargo, que puede resultar excesivo el abandono completo de materias más académicas que requieren cierta disciplina. En lo posible, por tanto, será conveniente disponer de pequeñas sesiones regladas, uno o dos días por semana, para repasar el material aprendido durante el curso e ir avanzando en la preparación del siguiente. La utilización de material de trabajo atractivo, el aliciente de bonitas sesiones de ordenador o computadora, el repaso y comentario de cuentos viejos y nuevos conjugan la disciplina con la novedad. Y es ahí donde también pueden participar los hermanos con su fresca imaginación y su entusiasmo.

En cualquier caso, es conveniente que gastemos cada día unos minutos en programar la actividad de nuestro hijo durante el día. Así evitaremos tiempos muertos de inactividad y pasividad que, sin querer, se suelen prolongar. Y evitaremos sesiones interminables de televisión y vídeos como recurso fácil y cómodo.

Canal Down21