Artículo Profesional: Humor y síndrome de Down
Artículo Profesional: Humor y síndrome de Down
Emilio Ruiz
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PRIMERA PARTE
“El humor es una cosa muy seria”
“Buster” Keaton
Aunque cualquier persona, de forma intuitiva, puede diferenciar lo que es gracioso y nos hace reír de aquello que no tiene gracia, no es nada fácil determinar cuáles son los componentes esenciales de una situación que nos permiten calificarla como cómica. Desde la época de Aristóteles, diferentes investigadores han profundizado en este tema sin llegar a acuerdos consensuados sobre cuál es la esencia del humor. Lo que sí es evidente es que el humor y la risa son inherentes a la naturaleza humana y son capacidades del hombre que le permiten trascender la realidad y observarla desde parámetros distintos. Más aún, los estados de ánimo positivos aumentan la capacidad de pensar con flexibilidad y hacen más fácil encontrar soluciones a los problemas, tanto intelectuales como interpersonales (Goleman, 1996, 1999).
El humor cumple varias funciones
El “homo ludens”, el animal que juega, utiliza el humor de forma habitual porque le resulta de utilidad. Sin embargo, tampoco resulta sencillo establecer la finalidad básica del humor, entre otras cosas, porque puede tener tantos objetivos como sujetos se sirven de él. Los estudiosos han encontrado que el humor cumple una serie de funciones, cuyo repaso nos permitirá irnos adentrando en su relación con el síndrome de Down (Jáuregui, 2007; Wiseman, 2009):
a) La risa es un poderoso mecanismo de control social. Sirve para definir lo que se debe y lo que no se debe hacer en situaciones sociales, por lo que todo comportamiento considerado inadecuado puede ser “castigado” en cualquier momento con la risa expresa o la sonrisa irónica de quienes estén presentes. En el caso de las personas con síndrome de Down esa es una de las razones de peso por las que es conveniente que dominen las normas básicas de la cortesía para lograr un grado adecuado de integración social. Las conductas incorrectas llaman la atención de otras personas y dificultan el logro de la normalización social, por lo que han de ser entrenados desde pequeños en las habilidades sociales fundamentales para evitar situaciones potencialmente llamativas.
La vergüenza y la risa son dos caras de la misma moneda, pues cualquier actuación inapropiada en sociedad es penalizada con la risa de los demás. Ese es el fundamento del temor a “hacer el ridículo” que a todos nos acompaña. La tendencia de muchos niños y adultos con síndrome de Down a asumir el protagonismo en determinadas situaciones sociales les puede llevar a sobrepasar el límite de lo considerado socialmente aceptable. De ahí la necesidad de educarles para que sepan tener un comportamiento correcto en la mayor parte de las situaciones, sin pretender siempre ser las “estrellas” de la película de su vida.
b) La risa se utiliza también para marcar la superioridad de un individuo o grupo social sobre otros. Desde el “cotilleo” más o menos inocente, hasta la burla directa dirigida a quien es diferente, el humor se utiliza con frecuencia para remarcar la supremacía de determinados colectivos, generalmente a costa de grupos minoritarios. Esa risa de superioridad es una de las más negativas, pues basa la alegría propia en el escarnio ajeno. El humor, como cualquier instrumento de carácter social, no tiene valor en sí mismo sino en función del uso que se le dé, siendo este humor agresivo y corrosivo uno de los menos recomendables. En este sentido, las personas con síndrome de Down pueden ser objeto de burla por parte de otras personas lo que, con frecuencia, constituye una de las mayores preocupaciones de los padres cuando enfrentan a sus hijos a la convivencia en situaciones sociales normalizadas. Temen, por ejemplo, que la naturaleza evidente de su discapacidad dé pie a las bromas o a los comentarios jocosos de los demás niños en el parque o en el colegio. Sin embargo, la realidad demuestra que son excepcionales las ocasiones en que se producen episodios de este estilo y lo más frecuente es que sean acogidas con naturalidad en la mayor parte de los entornos, si se acostumbra a las demás personas a su presencia. El día a día permite comprobar que, como en tantas otras ocasiones, es más la preocupación de los padres que los hechos de este estilo que en realidad se producen.
Una madre me comentaba una anécdota que le acaeció en el colegio de su hijo con síndrome de Down. Estando en el patio, esperando para irse a casa, observó cómo otros niños hacían comentarios dirigiendo sus miradas y sus gestos hacia ellos. La madre comenzó a preocuparse, pensando en qué sería lo que estarían hablando y suponiendo que se burlaban de él. En ese instante uno de los niños se dirigió a ella y con tono natural le preguntó:
―¿A que su hijo no es japonés?
Ella, entre sorprendida y aliviada, le contestó:
―No, hijo, no. No es japonés
El niño se volvió a sus compañeros, diciéndoles:
―¿Veis? Ya os decía yo que no era japonés.
c) La risa nos ayuda a sentirnos mejor. Al reír liberamos endorfinas, unos potentes opiáceos endógenos, que no son más que drogas que elabora nuestro propio organismo para hacernos sentir bien y que constituyen analgésicos naturales. De hecho, la teoría del feed-back facial considera que la expresión facial determina la cualidad de la experiencia emocional (Izard, 1979; Bisquerra, 2003), por lo que modificando la postura de los músculos faciales se pueden provocar cambios en el estado de ánimo. Dicho con otras palabras, no solo sonreímos cuando nos sentimos bien, sino que, a la inversa, cuando sonreímos, automáticamente liberaríamos endorfinas y pasaríamos a sentirnos mucho mejor. La sonrisa es una de las tres formas que tiene el cuerpo humano de producir endorfinas de forma natural y que podemos utilizar siempre que deseemos en nuestro propio beneficio.
d) El humor tiene una utilidad demostrada para liberar tensiones y modificar estados de ánimo negativos, como estrés, ansiedad o tristeza. La risa tiene un claro efecto positivo de catarsis en situaciones dolorosas o difíciles. Reír es una terapia muy eficaz, que nos permite manejar situaciones angustiosas. Cambiar la perspectiva de lo que nos acontece ayuda a sobrellevar las desgracias y permite ver la realidad con más sosiego, desde la distancia.
―¿Qué ha sido ese sonido?
―Se me ha caído la chaqueta
―¿Y por qué ha hecho tanto ruido?
―Es que la llevaba puesta.
e) Relacionado con esta función, el humor permite hablar de temas prohibidos que no pueden o no deben tratarse de forma directa o abierta. En ocasiones, el abordaje de determinados contenidos difíciles o delicados se puede realizar con sentido del humor, lo que permite el acercamiento a aquello que se teme. El humor pretende desmentir la realidad, pero desmintiéndose, al mismo tiempo, a sí mismo, lo que nos da fuerzas para burlarnos de aquello que nos da miedo (Marina, 1996). Reírse de la propia realidad nos distancia de ella, ayuda a salirse de uno mismo y a no dejarse agobiar por lo que nos ocurre. En este sentido, la vivencia de las situaciones dolorosas desde una perspectiva cómica, permite quitar hierro a las experiencias amargas y asimilarlas con más facilidad. La aceptación de su síndrome de Down en las personas que lo portan o temas delicados como la ausencia de un familiar querido, pueden ser abordados con más facilidad desde un punto de vista optimista.
Un condenado a muerte, mientras subía al patíbulo, le preguntó al verdugo:
―¿Qué día es hoy?
―Lunes
―¡Vaya! Pues sí que empiezo bien la semana.
f) Por último, el humor está íntimamente relacionado con el juego. Jocoso significa divertido o gracioso, y proviene del latín jocus, juego. El juego y la diversión van siempre unidos; los chistes se basan con frecuencia en juegos de palabras; y tanto en el humor como en el juego estamos constantemente probándonos a nosotros mismos y probando a los demás, conociéndonos y conociéndoles, enfrentándonos a nuestras posibilidades. Jugar y divertirse son dos estrategias muy eficaces con las que cuentan las personas con síndrome de Down para aprender sin correr los riesgos que la vida real conlleva.
En el caso del síndrome de Down, la revisión detenida de estas funciones puede ser de utilidad a la hora de enfrentarse a situaciones incómodas. Reír, afrontar con humor los hechos conflictivos o hablar de los temas que nos preocupan, son otras tantas estrategias de actuación que ayudan a abordar temas espinosos y a instaurar una perspectiva vital positiva.
El síndrome de Down viene acompañado en todas las ocasiones por discapacidad intelectual en diferentes grados. Es por ello que comparte con el resto de estas discapacidades una serie de peculiaridades, como es el caso de las dificultades de abstracción y de conceptualización (Flórez y Ruiz, 2006). Los términos abstractos son de difícil acceso para las personas con síndrome de Down que, por ejemplo, adquieren mejor los aprendizajes que les son proporcionados de forma concreta y por medio de la experiencia directa.
Esto tiene un efecto indirecto en la comprensión de expresiones verbales complejas, que les resultan costosas de asimilar. Es frecuente también que entiendan las instrucciones de forma literal, lo que da lugar a no pocos malentendidos y situaciones cómicas en la vida diaria.
En un taller de cocina y siguiendo las instrucciones de una receta, la monitora ordenó a una joven con síndrome de Down:
―Ahora, echa un vaso de arroz.
La joven, cuidadosamente, llenó el vaso con arroz y lo arrojó todo, vaso y arroz, a la olla.
El humor tiene un claro componente de abstracción, pues conlleva la relación entre ideas o conceptos, muchas veces implícitos. En las conversaciones cotidianas y en las interacciones sociales diarias las ironías, las frases con doble sentido o las alusiones indirectas a determinadas informaciones ocultas, son utilizadas de forma habitual, lo que dificulta el acceso de las personas con síndrome de Down a muchos de los mensajes que se emiten. Cuando una persona se dirige a un niño con síndrome de Down que se muestra tímido preguntándole: “¿Te ha comido la lengua el gato?”, puede encontrarse con que se sorprende de la pregunta. Esta frase, como muchas otras que empleamos frecuentemente, tiene un componente literal ―un gato que se come la lengua del niño― y un significado profundo, basado en una connotación especial, archiconocida por el uso ―si el niño no contesta cuando le preguntan es porque no tiene lengua―, pero inalcanzable para él si no se le explica. Es preciso intentar ponerse en el lugar del niño y comprender su forma de pensar, para acercarle a todos estos mensajes ocultos del lenguaje cotidiano, enseñándole a entender lo que estas frases quieren significar.
Por otro lado, desde los tiempos de John Langdon Down se ha considerado que las personas con síndrome de Down tienen “facilidad para el humor imitativo y la mímica” (Down, 1866). Siendo, como es, uno de los tópicos más extendidos sobre el síndrome de Down, es cierto que una de las formas fundamentales por las que estas personas adquieren conocimientos es el aprendizaje por observación o por imitación. Esta realidad ha de ser tenida en cuenta, entendiendo que el ambiente emocional en el que se desenvuelvan va a determinar, de alguna manera, su forma de enfrentarse a los acontecimientos de la vida. Si las personas con las que conviven utilizan el humor, la visión positiva de los acontecimientos o una actitud optimista ante las dificultades, es fácil que ellos adopten esa misma postura cuando se encuentren con problemas en sus experiencias cotidianas.
Desde el punto de vista emocional, por último, las personas con síndrome de Down disponen, con frecuencia, de una facilidad innata para captar el ambiente social afectivo que les rodea (Ruiz, 2004). En situaciones interpersonales les agrada comprobar que la gente está de buen humor y suelen huir y rechazar las potencialmente tensas o desagradables. La risa, como cualquier otra emoción, depende de la persona y es siempre una vivencia subjetiva. Las personas con síndrome de Down pueden tener dificultades para captar los componentes abstractos de algunos comentarios irónicos, pero suelen disfrutar de una risa fácil y un estado anímico positivo. Este es uno de los factores que pueden explicar la grata imagen social que difunden y la visión positiva que se suele tener de ellas. La limitada capacidad para comprender mensajes verbales humorísticos se compensa, por tanto, con un potencial especial para disfrutar de muy diferentes vivencias sociales y con un estilo personal que suele decantarse hacia el optimismo y la alegría.
El humor es un componente esencial de la vida humana, que tiene que formar parte de la realidad de las personas con síndrome de Down si se pretende que alcancen una auténtica normalización social. El entrenamiento para que sepan comprender y seguir diálogos con componentes humorísticos o cómicos les prepara para incorporarse a todo tipo de entornos normalizados. En cualquier interacción social desarrollada en el patio de recreo de un colegio, en una conversación de cafetería o en la hora de descanso en un puesto de trabajo se emplea el humor, la broma o la ironía de forma habitual, por lo que es preciso que sepan comprender y compartir ese tipo de expresiones para que puedan ser plenamente partícipes de esas situaciones y no sentirse desplazados en ellas. Por tal motivo, se hace preciso trabajar sobre el desarrollo del sentido del humor.
En el terreno del humor se plantea el mismo debate que en muchos otros temas relacionados con el síndrome de Down. Por un lado, nos encontramos con un aspecto que se puede considerar un punto débil en sus capacidades, puesto que tienen especiales dificultades para acceder a los componentes abstractos propios de las situaciones humorísticas. Por otro, se dispone de poco tiempo para alcanzar un sinfín de conocimientos, por lo que es preciso hacer una selección rigurosa de los aprendizajes que han de ser objeto de entrenamiento. Con este planteamiento, se presenta la difícil tesitura entre dirigir los esfuerzos hacia los puntos fuertes, en los que se conseguirán probablemente avances más rápidos y sólidos, o incidir en los puntos débiles, como es el caso del entrenamiento del humor, en el que los logros serán más costosos y lentos. Como siempre, la solución se encuentra en el término medio, por lo que es preciso trabajar el sentido del humor, aun a sabiendas de que será difícil conseguir los diferentes objetivos y en algunos casos, se deberá de renunciar a determinadas metas.
Una persona se acerca a una tienda de electrodomésticos para comprar un aspirador. El dependiente, solícito, le muestra uno de los más modernos:
―Con este aspirador se ahorrará usted la mitad de tiempo
―Pues déme dos
El abordaje de estos contenidos, como en tantas otras ocasiones, requiere de un esfuerzo importante. Los avances en el campo de la discapacidad intelectual son costosos, algo bien sabido por quienes se mueven dentro de este mundo. Se ha de ser consciente de que el trabajo en este terreno no es fácil y pocas veces se ha emprendido de forma expresa, por lo que es complicado adelantar los resultados que pueden llegar a alcanzarse.
Para incorporar el humor a su vida, las historias jocosas y divertidas, e incluso los chistes, deberían estar presentes de manera permanente en la convivencia diaria con personas con síndrome de Down, tanto en casa como en los centros educativos o de trabajo. En los programas educativos es recomendable incluir estos contenidos, trabajando formalmente, por ejemplo, las bromas o las ironías (Ruiz, 2008). Puede también entrenarse de forma expresa la utilización y comprensión de frases con doble sentido, los absurdos verbales o la comprensión de los gestos de la cara o el tono de voz que pueden representar, en ocasiones, muestras de expresiones humorísticas. Se ha de tener en cuenta, en este sentido, la importante dificultad que tienen para reconocer en los rostros los sentimientos que representan o las limitaciones que se les presentan a la hora de comprender las sutilezas del lenguaje corporal o de los aspectos no verbales de la comunicación.
De cualquier modo, se trabaje de forma expresa o de forma improvisada, es recomendable que el ambiente general que rodea a las personas con síndrome de Down esté impregnado de optimismo. En un planteamiento global de vida, los logros que se alcancen estarán en función de las expectativas de las que se parta. Creer en la persona con síndrome de Down, en sus posibilidades y potencialidades, en su capacidad para hacer frente a los retos que la vida le presente, es requisito imprescindible para llevarle al máximo de lo que su potencialidad le permita. De ahí que el optimismo, hermano mayor del humor, deba constituirse en un principio de funcionamiento esencial entre quienes pretenden ayudar a las personas con síndrome de Down a llevar y a alcanzar una vida de calidad.