Editorial: Salir de la mediocridad

“Estaba tranquilo en mi mediocridad hasta que me resultó insoportable”. Cuántos de nosotros  podríamos suscribir esta frase que escribió Robert Hossein. Y si bien miramos nuestro pasado, podemos asegurar que cada uno de los que abrimos la página de este Portal de Internet hemos sentido la bofetada que nos ha hecho despertar de nuestro letargo, de nuestra mediocridad inconscientemente aceptada. Cuántas veces no habremos leído o escuchado la frase: “el nacimiento de mi hijo me cambió la vida”, o “la llegada de ese alumno fue el revulsivo”… Es cierto y no lo es. Porque somos cada uno de nosotros quienes realizamos, ponemos en ejecución, el cambio de nuestra vida. El hijo o el alumno fue el estímulo, pero el resorte y la capacidad de transformación son nuestros. 

No pretendemos con ello idealizar la realidad que supone la presencia de una persona con evidentes limitaciones y problemas en nuestras vidas. Lo que afirmamos es que la convivencia con la discapacidad, cuando es aceptada y afrontada con energía y amor, tiene la virtud de transformar nuestra mediocridad. Hace que descubramos un modo distinto de relacionarnos con la gente, de desempeñar nuestras tareas profesionales y sociales, de ordenar los valores con un sentido más humano. Hace que vivamos una vida compartida en la que el “yo” se transforma en “nosotros”, porque ya nunca más “mi” interés va a primar sobre el interés de quien me acompaña.

En definitiva, ocurre que —casi sin pretenderlo— aumenta nuestro talento, con el valor añadido de que es un talento al servicio de la sociedad. Probablemente no somos conscientes del enorme beneficio que prestamos a la sociedad no sólo en términos estrictamente económicos sino también en términos de talante afectivo: nos convertimos en escuela de convivencia.


Nuestros hijos, alumnos o amigos con discapacidad nos convierten en pequeño motor para el cambio. Incluso si, como por desgracia ocurre a veces, su vida ha sido breve y dura. Nuestra influencia transcurre sin aspavientos, sin discursos ni proclamas. No prometemos, simplemente actuamos, trabajando desde dentro, en el núcleo de la sociedad para irla poco a poco transformando.

Por eso es bueno que alguna vez nos paremos, nos miremos a nosotros mismos… y sonriamos satisfechos. Vamos saliendo de la mediocridad y ayudando a que otros también lo hagan: de la mano de nuestros hijos.