Editorial: Capacitar síndrome de Down
Afirman los expertos que una de las condiciones necesarias para asegurar que una persona desarrolle la estima y satisfacción consigo misma es dotarle de oportunidades para que muestre y utilice sus capacidades. El desarrollo de esta autoestima no surge de golpe. Es un largo proceso que se inicia tenuemente en la niñez y que, gota a gota, va llenando la vasija de nuestra propia personalidad durante años, hasta colmar y rebosar el espacio de nuestras posibilidades. Cumplir nuestras capacidades y ser conscientes de ello es fuente de satisfacción permanente. Conocerlas y utilizarlas nos dan seguridad, nos proporcionan felicidad.
Es evidente que, para poder ejercitar nuestras capacidades, hay que poseerlas. Para poseerlas hay que descubrirlas o adquirirlas. Y para adquirirlas han de estar a nuestra disposición. Hay capacidades que permanecen dormidas en nuestro interior y necesitan que alguien nos las descubra, las despierte y después las hagamos operativas, las desarrollemos en un proceso de paulatino crecimiento. Hay otras capacidades que los padres y educadores somos responsables de proporcionar y de ayudar a cultivar.
La persona con síndrome de Down no es distinta de las demás. Posee capacidades intrínsecas que es capaz de desarrollar si le ayudamos, y está dotada para adquirir aquellas otras que nosotros estemos dispuestos a ofrecerle. Por consiguiente, está en condiciones de alcanzar el nivel de autoestima que le vaya proporcionando la conciencia de sí misma y de sus posibilidades; lo que, a su vez, redundará en disfrutar de seguridad y de felicidad.
Capacitar a una persona exige disciplina. Primero, en nosotros para saber observar y descubrir cuáles son las cualidades que adornan a nuestro hijo y que van a ser más fáciles de cultivar. En segundo lugar, disciplina en nuestras tareas de apoyo y educación; fieles y constantes en seguir y cumplir las normas que los expertos nos recomiendan. Saber asociar ternura y exigencia no siempre resulta sencillo; pero si tenemos claro el objetivo último, que es la felicidad real y madura de nuestro hijo, aprenderemos a mantener el fiel de la balanza a lo largo de nuestra acción educativa.
Madurez significa saber emplear las capacidades que uno tiene, en el propio beneficio y en beneficio de las personas que le rodean. Ciertamente, cuando vemos a una persona con síndrome de Down actuar con madurez nos invade una especial sensación de humanidad desbordante. Porque es entonces cuando vemos –en rica asociación– la bondad natural que con tanta frecuencia les cualifica junto con su esfuerzo por emplear sus capacidades con rectitud y diligencia, en el grado que sus posibilidades personales se lo permiten. Es entonces cuando mejor apreciamos cómo se va asegurando y reforzando la estima que adquieren de sí mismos, la que les va dotando de seguridad y de confianza, la que les proporciona esa íntima felicidad que vemos reflejada en sus rostros de forma transparente.