Editorial: En el punto de mira

Para bien o para mal, por suerte o por desgracia, nuestros hijos con síndrome de Down siempre están en el punto de mira: en la calle, en el autobús, en el restaurante, en el espectáculo al que asisten. Si otro niño se comporta de manera improcedente, no pasa nada, miramos a otro lado. Pero si quien tiene una conducta incorrecta es nuestro hijo con síndrome de Down, se nos echan encima miradas acusadoras cuando no iracundas, o empiezan a abrirse huecos a nuestro alrededor, como si fuésemos fuente de contagio.

En contrapartida, con frecuencia apreciamos los comentarios de satisfacción y hasta de admiración cuando la gente ve a un joven o grupo de jóvenes con síndrome de Down que se comportan… sencillamente de manera normal. Tenemos varias experiencias en las que, por ejemplo, el dueño den un restaurante u otro establecimiento recibió con recelo a un grupo de jóvenes con síndrome de Down, y terminó felicitándoles, admirado por su buena conducta.

Naturalmente. Nuestros hijos son extraordinariamente capaces de comportarse con corrección, de seguir unas normas de actuación, de recordar las pautas de acción en diversas circunstancias y de seguirlas casi al pie de la letra, siempre que estemos dispuestos a enseñárselas, ofrecerlas y ejercitarlas de forma adecuada y adaptada a sus características. Eso es lo que significa la enseñanza y práctica de las habilidades sociales: todo ese conjunto de actuaciones que van desde el saludo y buen trato social hasta la utilización de recursos o la acción cívica y ciudadana. Habilidad social, pues, es bastante más que buena educación (que también). Es saber resolver con acierto situaciones inesperadas, aunque sólo sea iniciando un proceso que otros habrán de seguirlo y concluirlo. Es mantener una actitud de cooperación, respeto y colaboración dentro del ambiente en que uno se encuentra, de saber comportarse y hacer lo posible para que la gente que le rodea se sienta bien.

El desarrollo de habilidades sociales no guarda relación, en principio, con la edad mental. Se puede tener un bajo coeficiente intelectual y tener muy bien incorporados el desarrollo y la práctica de las habilidades sociales. Y viceversa (¡qué fácil es comprobarlo!). Pero es cierto que las habilidades sociales no se aprenden por ósmosis, aunque los buenos ejemplos son necesarios. La baja edad mental obliga a elaborar y enseñar de forma mucho más sistematizada el aprendizaje de las habilidades sociales. La enseñanza ha de empezar en las etapas más tempranas de la vida, de acuerdo lógicamente con las características y capacidades de comprensión, de forma que sea más fácil la adquisición de buenos hábitos de conducta.

Dada la importancia de este aprendizaje para el desenvolvimiento futuro de nuestros hijos en la vida ordinaria, iniciamos este mes una serie que, dentro del área de la Educación, va a ir desgranando a lo largo de cinco capítulos el contenido y la práctica de habilidades sociales, con la mirada puesta muy específicamente en el niño y el joven con síndrome de Down. La serie ha sido preparada por D. Emilio Ruiz, uno de nuestros expertos en educación y psicología, con amplia experiencia en el trato con jóvenes con síndrome de Down. 

Sin duda, ese saber estar y ese saber actuar que otorga el dominio de la habilidad social constituyen una de las mejores herramientas para conseguir la estima de sí mismo y para sentirse bien encajado en el entorno social.

Canal Down21