Demandas judiciales por nacimiento con discapacidad

PERSPECTIVA ÉTICA

  1. El talante social respecto a las personas con discapacidad
  2. La calidad de vida como objetivo
  3. El clima moral de la práctica médica: el riesgo de una Medicina a la defensiva
  4. Epilogo

1-. El talante social respecto a las personas con discapacidad

Entiendo que el examen ético de las acciones wrongful life y wrongful birth tiene que hacerse adoptando un punto que permita una visión amplia del asunto, tal y como también hizo, por otra parte, el dictamen del Comité Consultatif Nacional d’Ethique, el máximo órgano en Bioética de Francia (1). Algo que siempre ha llamado poderosamente mi atención ha sido el enorme vigor del movimiento eugenista, presente ya en los escritos de Platón y Aristóteles, y cuyo exponente más dramático fue, sin duda alguna, el régimen nazi. Parecía que, tras la crueldad tan intensa de la experiencia nazi, por fin nos habíamos olvidado de la eugenesia, pero los vertiginosos avances acontecidos en los últimos años en la Genética, tanto a nivel de diagnóstico como de manipulación, la han reactualizado con enorme intensidad. Literalmente la eugenesia es “buen engendramiento”; se define como la aplicación de las leyes biológicas de la herencia al perfeccionamiento de la especie humana. En suma, se busca el ser humano perfecto, el hijo perfecto, el ciudadano perfecto… ¿Utopía, ensimismamiento, narcisismo o discriminación de los más débiles y vulnerables?

Descartes en el siglo XVII asignaba a la ciencia la tarea de convertir al ser humano en dueño y poseedor de la Naturaleza. ¿En qué punto nos encontramos en la actualidad? El hombre ya no es sólo un mero observador de las dificultades que la Naturaleza opone a sus deseos de conquista sino que ahora puede profundizar en los mecanismos de la vida para modificarlos o, incluso en ciertos casos, para producirlos. Se ha convertido realmente en un manipulador de la variabilidad y riqueza biológica. Lo único cierto, a mi entender, es que por mucho que avancemos en las ciencias biomédicas, siempre van a existir personas con una discapacidad; lo que está en juego es el universo moral, la sensibilidad ética con la que nos vamos a enfrentar a este hecho. Para mí, aquí radica la verdadera carga de profundidad de las acciones wrongful life y wrongful birth, con independencia de que estemos a favor o en contra del aborto (seamos conscientes de que sólo cabe hablar de estas acciones judiciales en aquellas sociedades que permitan el aborto). Algunos autores se interrogan acerca de si tenemos el derecho a hacer mártires en nombre del respeto a la vida, si tenemos el derecho a sacrificar por nuestra felicidad el respeto a la vida humana disminuida o si, por el contrario, tenemos el deber absoluto de sacrificar nuestra felicidad al respeto absoluto a la vida humana. Yo no voy a entrar en ese terreno, pero diré tan sólo que, para ser felices, hay que preparar al ser humano para asumir el lado oscuro, difícil y complicado de la existencia, hay que ayudarle a forjar un carácter robusto, recio.

Como he puesto de relieve en diversas ocasiones, se ha progresado sobremanera en la atención y consideración de las personas con discapacidad, más, incluso, de lo que algún padre era capaz de imaginar hace 30 años cuando cogió en brazos por primera vez a su hijo recién nacido con síndrome de Down. No obstante, creo sinceramente que soplan malos vientos y considero que con temas como el que nos ocupa en este comentario podemos estar tejiendo una urdimbre nada halagüeña de nuevo para este grupo de personas. A lo mejor el desconocimiento del inglés no nos hace caer en la cuenta de que las acciones de wrongful life y wrongful birth significan, literalmente, vida equivocada/incorrecta y nacimiento equivocado/incorrecto. Esto nos retrotrae a tiempos que parecían muy lejanos, en los que se calificaba a las personas con discapacidad intelectual como vidas indignas de ser vividas, seres maliciosos de mirada retorcida, cáscaras humanas vacías, masa de carne sin alma, etc. En ellas se plantea la posibilidad de calificar la vida como un daño y, en consecuencia, afirmar un pretendido derecho a no nacer porque la calidad de vida que hipotéticamente va a tener el nasciturus es tan baja que lo mejor para él es no venir a este mundo...

Autores como Peter Singer escriben cosas como éstas (en libros que, por otra parte, se venden muy bien):

“No podemos esperar que un niño con síndrome de Down toque la guitarra, sienta afición por la ciencia ficción, aprenda una lengua extranjera, charle con nosotros sobre la última película de Woody Allen o sea un atleta, jugador de baloncesto o tenista importante (…) Las madres japonesas son famosas por la dedicación a sus hijos y esto era compatible con la tradición del mabiki o adelgazamiento de bebés. Las comadronas japonesas que asistían los partos no daban por sentado que el bebé fuera a vivir; en vez de ello siempre preguntaban si el bebé se iba a quedar o se le iba a devolver a cualquier lugar del que se creyera que venía. No es necesario decir que en Japón, como en todas estas culturas, a un bebé que nace con una grave discapacidad se le devolvía casi siempre. La reacción oficial de Occidente a estas prácticas es que son espantosos ejemplos de los valores bárbaros de la moralidad no cristiana. Yo no comparto esta opinión. El que disienta no tiene nada que ver con el relativismo cultural. Algunas prácticas no occidentales –por ejemplo la circuncisión femenina- están mal y, si fuera posible, se deberían suprimir. Pero, en el caso del infanticidio, es nuestra cultura la que tiene algo que aprender de otras, sobre todo ahora que, como ellos, estamos en una situación en que debemos limitar el tamaño de la familia”. (2)

Claramente Peter Singer evidencia aquí su absoluta ignorancia respecto al mundo de las personas con síndrome de Down, sin el menor rubor. Pero he de insistir en que no estamos ante un ejercicio de retórica académica sino que discursos como éste tienen, a la larga, serias consecuencias en la vida cotidiana de nuestras sociedades porque van ofreciendo argumentos para una eugenesia renovada. No se olvide que las circunstancias favorables hacen más llevadero un mismo handicap de origen… En el fondo, esas ideas –y otras vertidas en las sentencias que detalla Mª José Alonso en la primera parte dedicada a las consideraciones jurídicas a las que nos estamos refiriendo en este comentario (ver: Área jurídica )– no están tan lejos de otras más lejanas en el tiempo, como las que manifestaba un alto funcionario educativo norteamericano en 1912: “Los débiles mentales constituyen una clase de parásitos y depredadores, jamás capaces de valerse por sí mismos o de llevar sus propios asuntos. La inmensa mayoría de ellos terminan siendo una carga pública, en una u otra forma. Generan indecibles tristezas en sus hogares y representan una amenaza y un peligro para la comunidad”. (3)

Por si cabía alguna duda, Singer sigue escribiendo:

“No existe una acusada distinción ética entre lo que hicieron y lo que la mayoría de las mujeres embarazadas hacen cuando se les propone un aborto porque el feto que llevan tienen síndrome de Down. En ambos casos, la decisión no es en un principio de la incumbencia del Estado ni de los médicos, le concierne principalmente a la familia en que nace el bebé (…) se podría conceder un período de veintiocho días después del nacimiento antes de que se aceptara que el recién nacido tiene el mismo derecho a la vida que los demás (…) Es verdad que la frontera es arbitraria y esto hace que sea problemático. Aceptamos otras fronteras arbitrarias basadas en la edad, como el derecho a votar o a tener un carné de conducir, pero el derecho a la vida es un asunto más serio. ¿Podríamos volver a una visión más similar a la de la antigua Grecia, en la que una ceremonia pública poco tiempo después del nacimiento supondría no sólo la decisión de los padres de aceptar al hijo, sino también la concesión de la sociedad a éste del estatus de persona? El argumento más sólido para considerar que los recién nacidos tienen derecho a la vida desde el momento del nacimiento es simplemente que ninguna otra línea tiene la visibilidad y evidencia que se requiere para marcar el comienzo de un derecho a la vida reconocido socialmente. Es una firme consideración; quizás al final incluso incline la balanza hacia un cambio de las leyes en este terreno. Sigo estando muy poco seguro de ello”. (4)

Aborto, derecho a no nacer, eugenesia e infanticidio se entremezclan sin solución de continuidad. Todo ello me lleva a concluir, en este primer apartado, con la petición a los jueces, magistrados y parlamentarios para que extremen la manera de argumentar en relación a la discapacidad, porque de lo contrario pueden sentar bases muy peligrosas, como así lo entendió el parlamento francés que inmediatamente se apresuró a legislar en sentido negativo al pretendido derecho a no nacer. Y a insistir acerca de la necesidad de seguir trabajando desde todos los puntos de vista para consolidar un clima social que lleve a la aceptación social plena de las personas con discapacida.

2-. La calidad de vida como objetivo

Probablemente pocas expresiones se hayan popularizado más a lo largo del siglo XX como ésta de la “calidad de vida”, hasta el punto que ha llegado a ser un tema clave, incluso un tópico apremiante, un símbolo que agrupa todo aquello que más o menos vagamente se valora y se quiere, sobre todo a la hora de debatir acerca de la planificación y evaluación de los servicios asistenciales (5). Y eso a pesar de que hace sólo cuarenta años la calidad de vida no existía siquiera como palabra compuesta. La idea de hablar de calidad proviene en un primer momento del ámbito industrial, y sirvió para afirmar que no es suficiente con hacer las cosas sino que hay que hacerlas con calidad. De ahí saltó al ámbito de los servicios asistenciales, para la toma de decisiones en el final de la vida para subrayar que no sólo había que mantener con vida a los enfermos. Su aplicación en contextos socio-educativos sólo ha sido propuesta en los últimos años. El mundo educativo ha estado hasta ahora centrado en la ubicación como la variable principal del problema y en función de ello se han ido proponiendo modelos diferentes, primero integradores y luego inclusivos. Pero la educación va más allá de la instrucción en el aula, por lo que también se hace necesario que la escuela se centre en las múltiples dimensiones de la vida de cada alumno, y que los éxitos y los fracasos, así como la planificación y evaluación, respondan a las necesidades y deseos de los alumnos en esas dimensiones. De ahí la aplicación del concepto también en este ámbito.

¿Qué es y en qué consiste la calidad de una vida humana? ¿Cómo puede evaluarse? ¿Quién la evalúa? ¿Qué peso debe tener en la toma de decisiones vitales? ¿Quién puede invocarla? Los juicios de calidad de vida son siempre relativos a un marco de referencia; por eso, diferentes actitudes ante la vida y diferentes sustratos éticos suministran criterios diferentes para evaluar la calidad de vida. Las discriminaciones injustas podrán evitarse cuando la toma de decisiones se centre en el beneficio la persona con discapacidad intelectual y no en sus aledaños.

La palabra “calidad” nos hace pensar en excelencia, y “de vida” indica que el concepto atañe a la esencia misma o a aspectos fundamentales de la existencia humana. La calidad de vida se ha asumido, por consiguiente, como un reto para responder al diseño de apoyos para individuos y grupos y a la valoración de programas y políticas de intervención social.

La definición de la calidad de vida ha sido y continúa siendo un asunto complejo que presenta numerosos problemas técnicos y filosóficos. La naturaleza de la relación entre lo objetivo y lo subjetivo es una difícil cuestión empírica. Es un concepto global, holístico, que no se refiere a un único momento en el tiempo, y que partiendo de un significado abstracto ha evolucionado claramente hacia una concepción más operativa. Y es con el cambio de paradigma provocado por la definición de retraso mental propuesta en 1992 por la AAMR, con su énfasis en la autodeterminación, inclusión, igualdad y los apoyos comunitarios cuando los proveedores de servicios, los profesionales y las familias comienzan a centrar su atención en la mejora de la calidad de vida de las personas con discapacidad intelectual.

Es verdad que las personas con discapacidad intelectual tienen necesidades especiales. Las políticas y los servicios, tanto públicos como privados, se han centrado tradicionalmente en estas necesidades especiales. Como consecuencia, no se han atendido las necesidades básicas, que son las mismas que las nuestras. Esto lleva a considerar como un objetivo educativo principal la vida independiente de la persona a través de la adquisición de las habilidades necesarias. Y conviene tener claro que la búsqueda de la calidad de vida por parte de las personas con discapacidad intelectual no va a ser menos compleja de lo que es para el resto de las personas. Debemos evitar asunciones estereotipadas y, en su lugar, debemos enfocar estos temas con una actitud de apertura y respeto por las necesidades y valores de cada individuo. Debemos continuar empeñándonos en que las personas con discapacidad intelectual tengan acceso a una vivienda, a actividades de ocio, a un empleo digno y a todo lo demás que una sociedad desarrollada puede proporcionar a sus ciudadanos. Pero no debemos olvidar nunca que lo que una sociedad debe hacer siempre es proporcionar opciones; a pesar de las buenas intenciones, no deberíamos imponer estándares. El árbol a lo mejor no nos deja ver el bosque: cuando hablamos de calidad de vida para una persona con discapacidad intelectual es muy fácil que nos quedemos prendidos en los grandes planteamientos y las grandes transformaciones, sin darnos cuenta de que, en realidad, la calidad de vida atañe a la satisfacción con que una persona percibe, vive y convive diariamente en sus múltiples aspectos y contenidos.

“Los resultados de los programas que atienden un estrecho conjunto de necesidades relacionadas con la discapacidad han sido expresados típicamente en objetivos de funcionamiento adaptativo o en el desarrollo de disciplinas específicas. Por ejemplo, los servicios educativos se han dirigido a objetivos académicos y cognitivos; los servicios vocacionales han mirado si las personas obtienen y mantienen el trabajo; y los servicios de terapia física se han comprometido con objetivos sensoriomotores. Tales objetivos específicos de una disciplina pueden haber llevado a servicios e intervenciones fragmentadas que han fallado a la hora de atender a los valores y necesidades interrelacionados y complejos de la calidad de vida global del individuo. La interpretación ilusoria y subjetiva del contexto de calidad de vida requiere que los profesionales consideren los puntos fuertes y las necesidades del individuo de manera holística". (6)

La calidad de vida de un individuo está intrínsecamente relacionada con la calidad de vida de otras personas de su ambiente; refleja la herencia cultural de la persona y la de aquellos que están a su alrededor. La calidad de vida de las personas con discapacidad intelectual se compone de los mismos factores y relaciones que para las personas sin discapacidad. Se experimenta cuando las necesidades básicas de la persona han sido satisfechas y cuando ésta tiene la oportunidad de proponerse metas en las áreas principales de la vida y esforzarse por alcanzarlas. Se distingue esencialmente por su bienestar emocional, que es el reflejo de su biografía transcurrida y de su realización actual y del futuro que se dibuja ante ella. El significado de esta categoría en las principales facetas de la existencia se puede validar de forma consensuada con un amplio conjunto de individuos que representen los puntos de vista de las personas con discapacidad intelectual, sus familiares y los profesionales.

Jesús Flórez ha señalado acertadamente que procurar, crear y dotar de calidad de vida a una persona que por sí misma no está en situación de alcanzarla significa un compromiso, y todo compromiso deriva de una convicción que unas veces surge espontáneamente, pero que con frecuencia ha de nacer con esfuerzo, reflexivamente, a partir de ideas y pensamientos que van cobrando forma poco a poco. De hecho, el propio concepto de calidad de vida se ha establecido recientemente en el pensamiento social, y no son pocos todavía los que se niegan a considerarlo como un objetivo irrenunciable de todos los seres humanos, incluidos, claro está, los que tienen una discapacidad intelectual. Y aún puede decirse algo más: no es sólo que el discapacitado tenga un derecho, es que la calidad de vida que le proporcionemos redundará en una mejor calidad de nuestra propia vida. Sin duda, conseguir que una persona con discapacidad intelectual viva una vida que se considere de calidad requerirá la prestación de unos apoyos superiores a los que los demás necesiten normalmente para edades o etapas similares de la vida. Vale la pena, de verdad. Pero hay una idea que conviene dejar muy clara desde el principio: no es una meta que se logra de una vez para siempre.

“Promover la calidad de vida va a significar que vamos a primarles la inteligencia emocional sobre la estrictamente cognitiva; su relación y comunicación con los demás, sabiendo tratar a cada uno según su nivel de acuerdo con eso que se ha dado en llamar teoría de la mente; su capacidad de valerse por sí mismos y de cuidar su salud en el mayor grado posible; su conciencia de ser útiles y desempeñar un trabajo –y ser felices realizándolo–; su adquisición de destrezas, habilidades y conocimientos auténticamente significativos. Si alguno ha pensado que dotar de calidad a las personas con discapacidad se resuelve simplemente dando, otorgando, concediendo, condescendiendo, permitiendo, subvencionando, está muy equivocado. Son necesarios muchos apoyos, sin duda, pero de nada sirven si no aceptamos previamente que dotar de calidad de vida significa proporcionar los medios para que la persona crezca auténticamente desde sí misma y desarrolle sus capacidades más íntimas hasta verse realizada y satisfecha consigo misma: no por lo que tiene sino por lo que es y por lo que realiza. Es una tarea de pedagogía compartida centrada en la persona, no en los intereses profesionales o institucionales, por muy legítimos que puedan aparecer”. (7)

El paradigma de apoyos es ampliamente aceptado como el modelo de prestación de servicios en los programas sociales, y cada vez más se observa también en los programas educativos y sanitarios. En general, los apoyos se pueden definir como los recursos y estrategias empleados para mejorar el bienestar y calidad de vida percibidos por una persona. El ser humano está llamado a plenitud a partir de su radical fragilidad. Dicho todo esto, y ya para concluir este segundo apartado, conviene tener claro que la expresión calidad de vida nació para potenciar la existencia de las personas dependientes y dinamizar los servicios puestos a su disposición, no como argumento para minusvalorar su vida o para quitársela. Ni las palabras ni las ideas son inocentes. Estamos, en mi opinión, ante un síntoma preocupante y causa no marginal de un grave deterioro moral que conduce a que opciones, antes consideradas unánimemente como delictivas y rechazadas por el común sentido moral, llegan a ser poco a poco socialmente respetables: a la conciencia misma le cuesta cada vez más percibir la distinción entre el bien y el mal en lo referente al valor fundamental mismo de la vida humana.

Como señaló el recordado Juan Pablo II:

“Si muchos y graves aspectos de la actual problemática social pueden explicar en cierto modo el clima de extendida incertidumbre moral y atenuar a veces en las personas la responsabilidad objetiva, no es menos cierto que estamos frente a una realidad más amplia, que se puede considerar como una verdadera y auténtica estructura de pecado, caracterizada por la difusión de una cultura contraria a la solidaridad, que en muchos casos se configura como verdadera «cultura de muerte». Esta estructura está activamente promovida por fuertes corrientes culturales, económicas y políticas, portadoras de una concepción de la sociedad basada en la eficiencia. Mirando las cosas desde este punto de vista, se puede hablar, en cierto sentido, de una guerra de los poderosos contra los débiles. La vida que exigiría más acogida, amor y cuidado es tenida por inútil, o considerada como un peso insoportable y, por tanto, despreciada de muchos modos. Quien, con su enfermedad, con su minusvalidez o, más simplemente, con su misma presencia pone en discusión el bienestar y el estilo de vida de los más aventajados, tiende a ser visto como un enemigo del que hay que defenderse o a quien eliminar. Se desencadena así una especie de «conjura contra la vida», que afecta no sólo a las personas concretas en sus relaciones individuales, familiares o de grupo, sino que va más allá llegando a perjudicar y alterar, a nivel mundial, las relaciones entre los pueblos y los Estados”. (8)

En el mismo sentido me he manifestado recientemente en otro lugar. (9)

3-. El clima moral de la práctica médica: el riesgo de una Medicina a la defensiva

La relación entre Medicina y Derecho no pasa por su mejor momento, y las acciones que estamos considerando en este trabajo lo ponen en evidencia. Avanzamos con peligrosidad hacia la Medicina defensiva. La práctica de la Medicina defensiva puede hacer peligrar el futuro de la propia Medicina. Se define como el modo de ejercer la Medicina que intenta evitar denuncias por mala práctica médica. Consigue este objetivo realizando un número excesivo de pruebas diagnósticas para descartar incluso situaciones insólitas (cuando ya está razonablemente claro otro diagnóstico) y asegurando que el enfermo firma su consentimiento escrito a todas las pruebas o tratamientos que se le realizan, así como manteniendo con vida al enfermo a todo trance. Tiene como inconvenientes muy serios el aumento desorbitado del costo de la Medicina (en unos momentos ya muy sensibles para el sistema) y la pérdida de la confianza mutua entre médico y paciente.

El magistrado de la Sala Primera del Tribunal Supremo, Francisco Marín Castán, alertó sobre el riesgo de generalizar estas prácticas si se endurece la presión sobre la responsabilidad civil y penal de los profesionales de la salud. Marín Castán realizó estas declaraciones durante la clausura del IV Congreso Iberoamericano sobre Derecho Médico, que congregó el pasado 7 de mayo en Gijón a más de 150 juristas de toda España, así como de Argentina, Uruguay y México. El temor a una denuncia condiciona ya el trabajo de casi el 70% de los médicos: es un dato muy serio. Asimismo, el magistrado criticó la saturación de los tribunales con reclamaciones por responsabilidades sanitarias, un incremento que en su opinión pone de manifiesto el fracaso de otras medidas como pueden ser la mediación, el arbitraje y la conciliación, lamentándose de que en España parecen no tener futuro estos procesos. Yo mismo, en mi Introducción a la Bioética (9), abogo por dotar de carácter vinculante a las decisiones de los comités de ética asistencial porque considero que la judicialización y la medicina defensiva no son buenas para el mejor funcionamiento del sistema sociosanitario, y esas lacras apenas han iniciado su desarrollo en nuestro país, con lo que aún estamos a tiempo de ponerles coto. Estos comités tendrían un funcionamiento mucho más ágil y rápido que la justicia ordinaria, con unos costes muchísimos más bajos y además garantizarían un mejor tratamiento de estas cuestiones al estar sus miembros acostumbrados y formados para el razonamiento clínico y bioético.

La Medicina defensiva comenzó en Estados Unidos en los años sesenta, cuando los abogados norteamericanos descubrieron en el sector de la Sanidad una auténtica mina de oro para incrementar sus fuentes de ingresos. Coincidieron varios fenómenos que propiciaron el surgimiento de esta corriente: el desarrollo del Estado de Bienestar masificó la Medicina, al tiempo que la sociedad perdió el respeto sacramental que tenía ante la clase médica y se potenció el principio de autonomía y una cultura de los derechos del paciente. Todo ello unido a ciertos abogados que iban -y van- como buitres ante el menor indicio de un error, aprovechando el momento para hacer dinero fácil. Las primas médicas de seguros experimentaron entonces un encarecimiento tremendo, porque los pagos indemnizatorios fueron cada vez más elevados, en una espiral que parece no tener final. Los facultativos, entonces, comenzaron a utilizar prácticas de diagnóstico menos arriesgadas y a multiplicar el número de pruebas y análisis, en suma, a tomar decisiones terapéuticas exageradas para evitar cualquier tipo de riesgo. ¿Es esto lo que realmente queremos? El miedo y la presión no fueron nunca buenos compañeros de viaje para la toma de decisiones en un ámbito tan sensible como el asistencial.

4-. Breve reseña de la jurisprudencia española

La lógica jurídica no siempre coincide con el razonamiento moral. Evidentemente, si existe un derecho al aborto, existirá también un deber de proporcionar las informaciones y los medios para poder optar al mismo libremente y en condiciones de igualdad. Lo que está por ver, a mi juicio, es que las acciones wrongful life y wrongful birth sean el mejor camino para solucionar determinadas negligencias en este terreno. El Derecho y la Moral son sistemas normativos diferentes entre sí que, aunque proyectándose sobre la misma realidad humana, lo hacen desde presupuestos y teleologías distintos. Sin embargo, esto no debe llevar a la afirmación de la separación entre ambos sino a la necesaria, urgente e indispensable complementariedad. La ley y las decisiones judiciales deben conservar su función educativa y conformadora de un horizonte ético en la sociedad en la que se inscriben.

(1) COMITE CONSULTATIF NACIONAL D’ETHIQUE, Handicaps congénitaux et préjudice, dictamen emitido el 29 de mayo de 2001 y accesible en www.ccne-ethique.fr
(2) SINGER, P., Repensar la vida y la muerte, (Paidós, Barcelona1997) pp. 209-210.
(3) Cf. SCHEERENBERGER, R.C., Historia del retraso mental (SIIS, San Sebastián 1984), p. 227.
(4) SINGER, P., Repensar la vida y la muerte, pp. 212-213. 
(5) SCHALOCK, R.L., VERDUGO, M.A., Calidad de Vida. Manual para profesionales de la educación, salud y servicios sociales (Alianza Editorial, Madrid 2003).
(6) DENNIS, R.E. et al., “Calidad de vida como contexto para la planificación y evaluación de servicios para personas con discapacidad”, Siglo Cero 155 (1994) 11-12.
(7) FLÓREZ, J., La nueva dimensión. Evocaciones sobre la discapacidad 2 (Ars Medica, Barcelona 2004), pp. 310-311.
(8) JUAN PABLO II, Evangelium vitae (Roma 1995), nº 12.
(9) AMOR PAN, J.R., Introducción a la bioética. Madrid, Editorial PPC 2005.