Editorial Julio 2004: Verdades a medias
Los de salud para personas con síndrome de Down nos informan sobre la frecuencia con que nuestros hijos suelen tener problemas bucodentales: nacen los dientes provisionales y los definitivos con irregularidad en cantidad, tiempo y en forma. Así que, antes o después, han de pasar por el odontólogo. También nos animan a extremar en ellos la higiene dental para evitar la periodontitis y futuros problemas. E incluso nos advierten de la necesidad de recurrir a la ortodoncia para que la masticación y el habla sean más adecuados.
Y como solemos ser muy obedientes y estamos dispuestos a hacer lo mejor por nuestros hijos, siempre que nos den buenas razones, les enseñamos a limpiarse la boca después de cada comida; y les llevamos al odontólogo regularmente; y les apoyamos emocionalmente por si notan algo de daño; y les ayudamos a aguantar esos “andamios” que surcan su boca, para conseguir una buena ortodoncia. Paciencia y dinero. Pero lo hacemos.
Y hete aquí que acaba de salir, todavía calentito –junio de 2004– un libro que se titula “Odontopediatría”. En su portada aparecen varias caras sonrientes de niños y ¡albricias! entre ellas está la de una niña con síndrome de Down absolutamente reconocible. “Qué maravilla –pensamos– ya los van integrando hasta en las portadas”. Acudimos al capítulo en donde se explica la odontología en niños con discapacidad. Media página dedicada al síndrome de Down. He aquí algunas de sus frases:
Hay que tener presente que muchos niños con síndrome de Down van a tener problemas médicos: aproximadamente el 40% de ellos padecen patología cardíaca, son más propensos a las infecciones, especialmente de las vías respiratorias, y la incidencia de leucemia es superior a la población general.
Casi todos “estos” niños van a tener problemas periodontales... Se ha comprobado que aunque el grado de higiene en estos niños es pobre...
Las prótesis y los aparatos ortodóncicos suelen dar malos resultados debido a los factores concurrentes de falta de cooperación, enfermedad periodontal, hipotonicidad de la musculatura y la lengua relativamente grande.
Algunos son retrasos profundos y afectados hasta tal punto que tienen que estar internados en instituciones. Sin embargo, la mayoría van a ser retrasos mentales moderados y leves, los primeros adiestrables y los segundos, más frecuentes que los primeros, educables.
Que la historia previa de una cardiopatía, aunque operada, obliga a tomar medidas precautorias es admisible. Pero ¿a qué viene citar la propensión a la leucemia, pequeña en cualquier caso, para que la mayoría no se pueda beneficiar de los cuidados del dentista? ¿Quién ha dicho a la autora de este capítulo que el grado de higiene de “estos niños” es pobre, si son convenientemente educados? ¿Desde cuándo las prótesis y aparatos ortodóncicos suelen dar malos resultados si cada vez es mayor el número de niños con síndrome de Down que los llevan, y los toleran mejor incluso que “los otros”? ¿Es así como se prepara y anima a un odontólogo a atender a un niño con síndrome de Down con no menor esmero que a otro?
Duele e indigna constatar que los mitos perduran. Esas medias verdades son peores que las falsedades, porque van arropadas por una aparente credibilidad. No es de extrañar que, con textos así, los profesionales adopten una postura que de entrada es defensiva y derrotista.
Tenemos abundantes experiencias que contradicen la pobre impresión que deja este relato. Y haremos lo posible por hacérselas llegar a su autora, una profesora de Universidad.