Editorial: La satisfacción de los estímulos

¿Se imaginan un mundo carente de estímulos? Quizá es una situación imposible porque dejaría de ser real. Existimos, vivimos, crecemos, nos desarrollamos, disfrutamos y lloramos a golpe de estímulos: unas veces nos zarandean cruelmente; otras nos provocan con irresistible poder; otras –las más– nos invitan suavemente a responderles y, de ese modo, a avanzar y a progresar en el incierto camino de nuestra vida.

Los estímulos que recibimos exigen nuestras respuestas. De cómo sean ellas, de cómo sean elaboradas, de cuánto contenido íntimo nuestro contengan y pongamos en su programación, y, finalmente, en su expresión, va a depender el valor vital de esos estímulos, lo que nos dan de experiencia.

La fuerza del estímulo puede ser tan avasalladora que termine por arrollarnos. Por eso los seres humanos necesitamos de mecanismos de protección que nos permitan sentir el estímulo, analizarlo y valorarlo, y poner en acción nuestros recursos más íntimos para responder a él adecuadamente. Son mecanismos de autocontrol, que frenan o inhiben por un instante nuestra innata tendencia a responder con inmediatez. Son mecanismos absolutamente necesarios para que los estímulos realmente nos enriquezcan, susciten brotes de conocimiento, nos ayuden a aprender, a relacionarnos, a convivir, a vivir con calidad.

Autocontrol no es represión; por el contrario, es expresión de nuestra humanidad, de la seguridad que da el raciocinio. Nuestra más innata biología está diseñada y preparada para satisfacer lo que nos agrada. Pero ¿todo lo que en un primer impacto nos agrada es lo que nos beneficia?

La educación es un proceso lento y constante en el que tratamos de incorporar permanentemente mecanismos de autocontrol. Nosotros y cada uno de nuestros hijos los desarrollamos de modo individual y diferente, porque nuestra singularidad también se expresa en el modo de reaccionar ante los estímulos que recibimos.

Una vez más, en nuestra acción educadora con nuestro hijo con síndrome de Down, debemos preguntarnos: ¿Cómo funciona el binomio estímulo-respuesta? ¿Cuáles son los estímulos que le incitan? ¿Cuánto tarda en responder? ¿Cuánta capacidad de retrasar la respuesta tienen, para valorarla y decidirla? En definitiva, ¿qué capacidad de autocontrol o de autoinhibición poseen? ¿En qué grado influye ella sobre su aprendizaje? ¿Podemos trabajar para educarla?

El “Resumen del mes” que ofrecemos hoy en Revista Virtual Canal Down21 es una invitación para pensar sobre este tema. Lo trata de manera muy parcial y en situación muy “de laboratorio”, pero su contenido y sus resultados nos hacen reflexionar. Es cierto que en las personas con síndrome de Down los estímulos pueden tardar más tiempo en ser procesados y en provocar una respuesta; pero eso no quita para que la respuesta surja con gran rapidez sin tiempo para ser analizada suficientemente.

Este hecho tiene abundantes implicaciones, no sólo en la técnica pedagógica directa que hayamos de aplicar para el aprendizaje de materias ordinarias –conductas de enseñanza y conductas de aprendizaje– sino en la pedagogía de más largo alcance: los modos de estar y de ser en nuestro mundo.

Sin duda, detrás de esos estudios y esos resultados aparentemente tan “fríos” se esconde toda una realidad que habremos de ir descubriendo, y que nos ayudará a sacar conclusiones prácticas que nos ayuden a garantizar que la conducta de nuestros hijos vaya adquiriendo, poquito a poco, grados de madurez y, en definitiva, de reflexión; que sea menos proclive a dejarse llevar por cualquiera de los mil y uno estímulos que diariamente recibe.