Editorial: ¿Inteligencia emocional o Educación emocional?

Este mes hemos entrevistado a Paloma Cuadrado, psicóloga con la especialidad de Psicología Clínica, que nos explica la importancia de dar salida a un aspecto de la personalidad que hasta hace pocos años ni siquiera nos habíamos planteado: la inteligencia emocional.

Para muchos que no poseemos ni la experiencia ni la formación profesional de personas de la categoría de Paloma Cuadrado, esto de la inteligencia emocional nos deja impávidos y nos lleva incluso a reflexionar sobre el por qué ahora se habla de tantas cosas “raras”, que parecieran inexistentes cuando éramos más jóvenes. ¿Será algo propio de la discapacidad y por eso no lo he oído antes?, nos preguntamos.

Pues no, amigos. No es algo propio de la discapacidad sino, muy por el contrario, algo inmanente al ser humano desde el mismo día de su nacimiento. Bien es cierto que el vértigo educativo, ético y de valores en el que hoy se mueven padres, educadores e hijos nos lleva a plantearnos el cómo se está canalizando esa inteligencia emocional que, como bien indica Cuadrado, no es más que la capacidad de expresar los propios sentimientos de la persona en el momento adecuado, en el lugar adecuado y de la forma adecuada.

El ser humano siente y padece todo un abanico de experiencias buenas, peores, malas o excepcionales, y es importante que sepa dar salida a todos esos sentimientos encontrados de la forma adecuada, en favor de su propia educación como persona dentro de la sociedad en que vive. Qué duda cabe que nuestros hijos con discapacidad tienen y son portadores de ese mismo don y derecho. Sienten lo que cualquier otra persona siente, con la misma intensidad y en cualquier edad desde la cuna hasta la tumba. En eso Dios nos hizo a todos iguales.

Es sin embargo muy importante, por no decir extremadamente importante, que tanto nosotros sus padres como el conocimiento y apoyo de los profesionales que nos acompañan en su educación, respetemos esos sentimientos, les ayudemos a que sirvan sus propósitos, pero sepamos enseñarles a canalizarlos y a expresarlos de manera correcta, en el momento correcto, en el sitio correcto para que ellos sean buenas personas y sean correctas. A ellos, más que a nadie, se les va a pedir corrección, pudor, educación y saber estar. Nada de ello está reñido con el derecho a las emociones, pero sí debe estar sujeto a una perseverante educación emocional.

Aunque deseáramos que permanecieran pequeños, asequibles y controlables, nuestros hijos crecen y lo que a una temprana edad resulta entrañable, gracioso, ingenioso e incluso digno de admiración, en otras resultará desfasado, fuera de lugar, inoportuno e incorrecto.

Es difícil, lo sabemos todos y desearíamos que permanecieran eternamente en nuestro regazo, pero no es así. Ellos crecen, sus sentimientos también lo hacen, sus deseos, sus gustos y sus necesidades en todos los ámbitos.

Si no queremos pasar por malos ratos en el futuro no les dejemos ahora que besen a quien no deben, que abracen sin tregua, o hablen como no es debido aunque éstas sean sus primeras palabras. Eso es educación emocional. Cualquier otra emoción, sea ésta inteligente o no, es inherente a su propia persona, porque todo ser humano –no lo olvidemos– siente y padece igual que usted, igual que nosotros e igual que el resto de la humanidad. Sólo se trata de educar esas emociones. Por él mismo. Y por usted.