Editorial: El otro aprendizaje
Nuestro más íntimo deseo es que nuestros hijos con síndrome de Down –y, por supuesto, los demás también– aprendan. Se nos ha explicado de mil maneras las dificultades que pueden tener para adquirir la información, retenerla, combinarla, evocarla y utilizarla. Y todo nuestro esfuerzo se vuelca en pensar y en aplicar las estrategias para que desarrollen su mente, capten la realidad y actúen de acuerdo con ella. Su entrada en la escuela es motivo de gran celebración, y pedimos y exigimos a sus maestros que consigan que nuestros hijos aprendan. ¿Aprendan qué?
Nuestra gran asignatura, con la que vamos a enfrentarnos todos permanentemente, es el aprendizaje de la vida; es decir, la vivencia coherente de lo que cada uno ha establecido como su sistema de valores, de acuerdo con una escala. Sólo la coherencia de esa vivencia nos va a proporcionar la felicidad que cada uno busca desesperadamente.
Si aceptamos esta realidad, reconoceremos que, por encima de cualquier otro aprendizaje, enseñar valores a nuestros hijos, y lógicamente también al que tiene síndrome de Down, y enseñarles a vivir en armonía con ellos va a constituir una de nuestras preferentes obligaciones. Es posible que gastemos múltiples energías para que nuestro hijo con síndrome de Down aprenda cosas: hablar, leer, escribir, manejar el ordenador (computadora), realizar tareas y trabajos, bailar, jugar a esto y a lo otro, relacionarse... Son tareas que tienen un principio y un fin, aunque siempre se puedan mejorar. Pero aprender a vivir de acuerdo con unos valores es tarea que nunca termina. Primero, es preciso reconocer esos valores y comprender su riqueza intrínseca; después, utilizarlos cuando guste y cuando no guste. El valor del respeto a los demás; el valor de la sonrisa; el valor de la estima del otro; del saber ceder; de adelantarse a ayudar; de atender a una necesidad; de calibrar el sufrimiento de los otros; del esforzarse por hacer bien y terminar una tarea; el valor de lo trascendente y lo religioso si en la familia se viven esos valores; el valor del propio cuerpo y el del otro como persona; el valor, en fin, de la convivencia.
Triunfos, dinero, premios, puestos prestigiosos de trabajo... Son satisfacciones legítimas que esperamos estén al alcance de la mayoría de nuestros hijos; pero sabemos que esas concretas satisfacciones, al menos tal como las solemos entender, no lo están al de nuestro hijo con síndrome de Down. Y sin embargo, sabemos que todos esos logros en absoluto aseguran la felicidad de una vida. En cambio, el aprendizaje del vivir con arreglo a valores vitales y convivenciales perennes, asegura con toda certeza una existencia que, a la larga, será absolutamente feliz y plena.
Cada uno de nosotros, como padres o como profesionales, debe hacerse la gran pregunta: ¿cuál es el aprendizaje de mi hijo que considero prioritario? ¿Cuánta inversión, en tiempo y en dedicación, y cuánto seguimiento voy a ejecutar en él? ¿Cuánto esfuerzo voy a poner en promoverlo y mantenerlo?
Canal Down21