Editorial: Los abanderados
A este lado europeo del charco todos hemos empezado el curso y aunque sabemos lo que cuesta hacerlo, parece que el buen tiempo que nos está acompañando nos alivia los madrugones con que grandes y pequeños sufrimos cada mañana. En el cono sur se preparan para el descanso que merecen, después de un arduo año escolar y laboral. Y entre unos y otros, María Fabiana nos cuenta que su hija, Ori, ha sido abanderada en la fiesta del colegio.
Oriana tiene síndrome de Down y 6 añitos. Y como muestra de todo su poder y señorío la han elegido para el desfile. Y aunque a veces pensemos que las instituciones, en este caso los colegios, lo hacen para mostrarnos sus buenas intenciones de integrar a todos, o nosotros cometemos el defecto de creerlo, vamos a darnos la oportunidad de pensar que tal vez están ahí porque se lo han ganado, aunque sólo tengan seis años.
El síndrome de Down es en sí mismo un abanderado hoy en día. Muchos hablamos de desgracia cuando nos toca de cerca, pero por qué será que es una desgracia efímera. Tan efímera como el tiempo que nos lleva decirlo cuando a nosotros nos lo comunican. Y ahí suele acabar todo “lo oscuro” del síndrome de Down, porque es después de ese instante cuando uno pone la bandera a la puerta de su casa, que dice: “Aquí somos 4 ó 5 o los que sean, y aunque sólo uno tiene tres cromosomas donde no deben estar, al resto se nos ha avivado el alma, la sonrisa y las ganas de seguir adelante con bandera en mano para que se nos vea bien”.
Somos muy importantes porque ellos nos hacen importantes. Somos especialmente felices, porque ellos nos hacen sentir felices. Somos los más guapos, los más buenos, los mejores, porque ellos a diario nos quieren irremisiblemente de una manera que sólo ellos saben transmitir.