Editorial: Vamos a hablar
Se ha afirmado recientemente que el mundo del síndrome de Down está inmerso en una revolución pacífica pero no menos radical que cualquier otra; porque ha sabido arrancar y sustituir la postura del "no" por la actitud del "sí". Del "no podrá hablar", "no podrá leer", "no podrá comprender valores", hemos pasado al "es capaz de hablar", "es capaz aprender"... "es capaz de asombrarnos".
Es así como han ido cayendo las murallas que ocultaban y oprimían a las personas con síndrome de Down: la muralla del aislamiento, la muralla del analfabetismo, la muralla del niño eterno, la muralla del ser pasivo. Empezamos a ver cómo empieza a derrumbarse otra vieja y muy resistente muralla: la de la comunicación y el lenguaje. Sabemos muy bien los problemas reales que muestra la inmensa mayoría de las personas con síndrome de Down en el área del lenguaje verbal, especialmente en su vertiente expresiva. Basta abrir el Foro de Canal Down21 para comprobar las numerosas consultas que expresan su preocupación por el retraso de los hijos en la iniciación y en el desarrollo del lenguaje. Y a su ejercicio y mejora se dedican nuestros mejores esfuerzos porque sabemos que la buena comunicación es elemento clave en el desarrollo y en la calidad de vida de cualquier ser humano.
Queremos que nuestros hijos hablen, y que hablen bien; y que participen en nuestras conversaciones; y que cuenten sus alegrías y sus penas en una conversación lo más fluida e inteligible posible; que no se limiten al "sí" y al "no", o a emitir frases "estilo indio".
Los expertos nos previenen, y lo hacen precisamente porque saben la dificultad que tienen las personas con síndrome de Down para hilvanar las frases, para unir con lógica los enunciados, las deducciones; para intercalar ajustadamente una frase hecha; para utilizar esos subjuntivos y condicionales que hacen viva la conversación y que sólo se aprenden... escuchando, leyendo y hablando. Y es precisamente ahí donde reside la riqueza del lenguaje vivo, de la comunicación que despierta interés y suscita la respuesta.
Pues bien, durante años se nos ha advertido de que esa riqueza del lenguaje era fruta casi prohibida para nuestros hijos. Más aún, que lo que no se conseguía a los 10 o12 años, ya no se podía mejorar, con lo que nos inducían a tirar la toalla en plena adolescencia. De nuevo la muralla. Pero es una muralla que, como las otras, empieza a ser demolida. Son ya numerosos los jóvenes con síndrome de Down a los que oímos conversaciones fluidas e interesantes, ricas en la utilización de los distintos tiempos de los verbos, o de giros populares perfectamente aplicados en su correcto sentido. Y vemos, además, que su lenguaje mejora: que lo que no habían alcanzado a sus 12 o 15 años, lo consiguen y siguen perfeccionándose a los 20 y a los 25 años. No hay estancamientos. No hay techos.
El artículo que ofrecemos como "Resumen del mes" en la Revista Canal Down21 avala y refuerza científica y objetivamente lo que acabamos de exponer. Por eso les animamos a que lo lean y a que saquemos nuestras propias conclusiones prácticas. Porque este logro no es gratuito ni automático. Sin duda, hemos de aceptar la existencia de diferencias genéticas relacionadas con la habilidad lingüística. Pero la gran escuela logopédica de nuestros hijos está en la riqueza de la conversación de cuantos componemos la familia, en el saber corregirles con gracia y de modo oportuno cuando hace falta para mejorar su sintaxis y su inteligibilidad, en invertir muchas horas para que aprendan a leer ya que la lectura es una poderosa palanca del lenguaje, en dejarles que se empapen de -y graben en su memoria- la riqueza del idioma por todos los medios a su alcance, incluidos los vídeos y la tele a las horas previstas.
Si no creemos en su capacidad para ir mejorando y perfeccionando su lenguaje, limitaremos automáticamente nuestra conversación con ellos y cercenaremos una de las grandes vías por las que su mundo ha de abrirse al exterior.
Canal Down21