Artículo personal Mayo 2017

“Tienes otra adulta en casa”… Y se marchó

Beatriz Gómez-Jordana (España)


 

Eran las 7.05 de mañana de este precioso 19 de abril de 2017 cuando sonó el despertador con su odiosa cancioncilla de los pajaritos en aire con la que, del mal café que se me pone, es imposible no despertar acelerada.

La paz llegó segundos antes de proferir juramentos, cuando vi la cara de Beatriz frente a la mía a punto de darme un beso que acogí como si fuera el de buenas noches, hasta que me dijo que espabilara. Hoy era su primer día de trabajo en prácticas en la empresa CETEDEM.

― ¿Vienes a desayunar?

― Dame un segundo, princess, que me estire este cuerpo de vieja que tengo y no soporto.

― No estas vieja, mamá, y levántate que estoy muy nerviosa.

―Venga, vamos…

Nos encaminamos al office donde estaba ya el desayuno y observé que, como todos los días, seguía sus propios ritos: se sentaba después de apartar la silla con sus dos brazos ―no como yo que me tiraba sobre ella e iba haciendo hueco con el cuerpo hasta ajustar el espacio necesario―, cogía sus dos pastillas ―el Eutirox  y el Emportal (lactitol, un laxante)―, se las tragaba con su zumo de naranja, empezaba con su jamón de york y el pavo y, cuando llegó a su habitual batido de leche y plátano, soltó un categórico “NO”, para decir que “Hoy” tomaba “café”.

Lógico, pensé, después del madrugón de tres cuartos de hora anticipada a la hora habitual, tiene que estar muerta.

― Me voy a dar una ducha rápida y me visto.

―Yo también ―dije. Y a la media hora estábamos vestidas y oliendo a colonia.

―¿Cómo me ves?, ¿me cambio los zapatos?

―Pues sí, porque no se trata de que vayas incómoda. Se trata de que vayas formal pero juvenil.

Poco después de cambiarse volvió a mi cuarto impecable en su estilo y miró el reloj.

―Me quedan 5 minutos para salir.

―Tranquila, que hay tiempo de sobra.

Después de 3 días ensayando la ruta, a mi juicio se la sabía de memoria pero indudablemente los nervios se la podían jugar, toda vez que eran tres cuartos de hora de ida y los mismos de vuelta, si todo salía como debiera.

La línea 6 del metro de Madrid me da “claustrofobia patológica” y, si no hubiese sido por su sacrificado padre, yo la hubiese tenido haciendo trasbordos de autobuses hasta llegar a la calle de Retama desde el distrito de Chamartín, media hora más de lo que tarda esa línea 6 del metro.

Hoy, por ser su primer día, estaba dispuesta a meterme bajo tierra para acompañarla, o más bien para que ella me llevara, no sin antes haberme tomado un Lexatín ante la posibilidad de salir corriendo en cualquier estación y dejarla sola.

A las 8.05 en punto estaba yo lista en la puerta de mi casa, cuando la veo venir con su bolso y me dice:

―¿Y tú a dónde vas, mamá?

―Pues a acompañarte, ¿a dónde crees que iba?

―No pensarás que me va a llevar mi madre al trabajo con 19 años que tengo… ¡¡No, porque me da vergüenza!! Además  ¡Ya tienes otra adulta en casa!

Y dicho eso, me dio un beso y marchó.

Beatriz tiene síndrome de Down, pero al margen de ese inoportuno cromosoma que se coló en nuestras vidas, adoro a mi hija desde el segundo 1 de su nacimiento.

Hay tantos “inoportunos” en nuestras vidas con los que tenemos que lidiar, entendiendo el vocablo en su literalidad, que puedo asegurar que en este caso no solo me he hecho amiga de ese “inoportuno” cromosoma, sino que me he aliado a él y juntos hemos hecho cosas maravillosas en estos 19 años de recorrido.

Hoy he vuelto atrás en el tiempo y me he visto en aquella clínica, rodeada de familia con ojos tristes sin saber qué decirme, pero sí sabiendo yo la corrosiva pregunta que me hice: "¿Y qué va a ser de su futuro, cuando sea mayor?". Menos mal que la Virgen me quitó  la arenilla de los ojos para que pudiera ver que el futuro entero dependía del trabajo, la constancia, la paciencia, la alegría, el derecho a la tristeza, el no puedo más y darte un tiempo, el seguir cuando ya estás bien, el distribuir responsabilidades y tareas con tacto y mano izquierda a los que te rodean, el NO forzar situaciones,  el propio tiempo y, sobre todo, dependía de mí.

Indudablemente, no pensé todo eso en aquel momento. La realidad es que mandé al carajo ese pensamiento sobre su futuro y me limité a quererla y transmitir a los que me rodeaban ese amor por ella, ya que iba a necesitar aliados en esta carrera.

El TIEMPO fue quien marcó las pautas y mi sentido común. Aprendí a entender que yo no quería una Pablo Pineda, la quería a ella y quería sacarle todo el potencial que ella misma tenía. Y en ello sigo cada día porque aquí queda aún tela por coser hasta tapizar su ruta. Pero una parte del trabajo se ha hecho; bien o mal, pero ahí está.

Ahora me quedan otros tantos kilómetros que ni me importan cuántos son. Soy consciente de que este doctorado no acaba en mí cuando falte. Seguirá en manos de aquellos aliados a los que impliqué con mano izquierda, con valores, educación y amor, durante estos y los tantos años que aún queden.

ENHORABUENA, BEA, LO CONSEGUISTE . Y, efectivamente,  TENGO OTRA ADULTA EN CASA.