Síndrome de Down Editorial Marzo 2018
Ver y comparar
Es inevitable. Nos pasamos la vida observando nuestro entorno, analizándolo, valorando en qué medida positiva o negativa afecta a nuestros intereses, nuestras posesiones, nuestros objetivos, nuestros deseos, nuestros ideales. Es decir, comparando. Es una cualidad de los seres vivos que, conforme nos enriquecemos en nuestra capacidad cognitiva y mental, más y mejor la utilizamos para progresar, prevenir, decidir. Y de ser una cualidad meramente inconsciente y refleja, se convierte en una cualidad crecientemente reflexiva; pero la tenemos que controlar.
Cuando nace nuestro hijo con síndrome de Down, es tal el interés y el esfuerzo que ponemos en su crianza y en su educación, que diariamente escrutamos hasta los más mínimos detalles de su camino: avances, retrocesos, estancamiento en cada etapa de su vida ―recién nacido, niñez, adolescencia, juventud, adultez―. Inmediatamente buscamos referentes: en lo que nos cuentan, lo que leemos... y sobre todo, lo que observamos comparando la realidad de nuestro hijo con la de sus compañeros con síndrome de Down en el gabinete de atención temprana, en el parque, en la escuela, en el centro ocupacional, en la fiesta social, en el trabajo, en el restaurante. ¿Por qué no anda como...? ¿Por qué no habla como...? ¿Por qué no lee como...? ¿Por qué no actúa como...? ¿Por qué no aprende como...? ¿Por qué no obedece como...? ¿Por qué no hace sus tareas como...? La comparación, sí, es inevitable. Es comprensible. Y hasta necesaria. Pero debe ser contemplada y manejada con la debida ponderación.
Comparar nos puede servir para estimularnos: para consultar y aprender nuevas aproximaciones, nuevas estrategias; para ampliar nuestras perspectivas; para corregir nuestros métodos; para aceptar serenamente nuestra realidad. Pero nunca nos debe servir para defraudarnos, para desanimarnos, para culparnos. Es sumamente importante e imprescindible que partamos de un principio que tiene un fundamento biológico real. En el síndrome de Down, las diferencias en las cualidades, avances, logros y problemas entre un individuo y otro son mayores que en el resto de la población. Quien desee conocer más sobre este punto clave, puede acudir a nuestra página Artículo Profesional: comprender las diferencias individuales en el síndrome de Down.
Aceptar al hijo es aceptarlo de modo total, con sus características personales, con su particular velocidad en los aprendizajes, con sus techos en las diversas formas de inteligencia y formas de actuar, con su propia personalidad. Eso no quiere decir que no nos esforcemos en mejorar sus deficiencias, como lo hacemos con cualquier otro hijo, en corregir sus defectos... y en alabar sus cualidades y sus progresos. Pero ver y comparar debe servir como estímulo, nunca como sensación de fracaso.
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