Síndrome de Down Editorial: El hábito es un poderoso enemigo
El hábito es un poderoso enemigo.
La inercia, el hábito, la costumbre, nos permiten librarnos de la incómoda necesidad de tomar decisiones permanentemente. Si cada vez que nos dirigimos a un lugar que visitamos diariamente tuviésemos que pensar por dónde vamos o, cuando llegamos a la sala a la que acudimos cada día, tuviéramos que decidir en qué sitio nos sentamos, nuestra vida sería una locura. Los automatismos cotidianos nos ahorran un tiempo precioso, que liberan la mente y la permiten pensar en otras cosas y decidir sobre asuntos más importantes.
Llevando esta línea de razonamiento al mundo del síndrome de Down, nos daremos cuenta fácilmente de que la costumbre también se incorpora con naturalidad en la forma en que nos relacionamos con nuestros hijos y alumnos. Dejamos que el día a día nos arrastre y ayudamos al niño con síndrome de Down innecesariamente, sin siquiera darnos cuenta de que le estamos ayudando.
No vamos a generalizar; pero cuántas veces les ponemos los calcetines, los zapatos, la camisa y el abrigo; o les duchamos y les peinamos; o decidimos lo que hacen y con quién lo hacen. Comenzamos de pequeños, lógicamente, para enseñarles; pero como les cuesta mucho hacerlo..., como tardan mucho..., como no tenemos tiempo... ¿O porque no tenemos paciencia? Y así, cuando tienen un año, dos, tres, cuatro; y a lo peor seguimos cuando tienen diez, once, doce.
¿Cuándo dejamos de hacerlo? La costumbre es un poderoso enemigo. Porque la realidad es que continuamos día tras día, año tras año, ayudándole en aquello que no pide ni necesita, sin ser conscientes de que lo hacemos. Ellos se dejan hacer, por obediencia, por comodidad, por inercia. En algún momento, un pequeño con síndrome de Down dice "yo solo", y le dejamos que ese día lo haga por sí mismo, pero enseguida volvemos a caer en la rutina, y volvemos a hacerlo nosotros en su lugar.
Para vencer a ese poderoso enemigo que es el hábito, proponemos dos valiosas armas: la observación y el paso atrás. En primer lugar, observemos nuestra propia forma de actuar en nuestra relación con el niño con síndrome de Down. Dediquemos un día completo, mañana mismo, sencillamente a hacernos conscientes de la forma en que interactuamos con él. El mero hecho de observarnos producirá sorprendentes efectos sobre el hábito, pues romperemos parte de su hechizo al desenmascararlo y hacerlo visible. Y muy probablemente comprobaremos que dejamos de ayudarle en determinados momentos, sólo por el hecho de percatarnos de que le estábamos ayudando.
La segunda estrategia consiste en dar un paso atrás, simbólico y real. Ilustrándolo con un ejemplo práctico: pensemos en enseñarle a cruzar un paso de cebra, con o sin semáforo. La fuerza del hábito nos llevará a ser nosotros quien nos paremos al llegar y lo llevemos de la mano cuando haya que cruzar. Para enseñarle a cruzar un paso de peatones, debemos quedarnos un paso atrás y dejarle que sea él quien mire a los lados, compruebe que no vienen coches y decida cuándo cruzar la calle. Para enseñarle a comer, debemos permitirle que sea él quien coja la cuchara, quien la introduzca en el plato, quien la lleve a la boca y se manche. Para enseñarle a vestirse, debemos dejarle que lo intente una y otra vez, hasta que cada pieza de ropa esté colocada en su sitio.
En el ámbito simbólico, debemos pararnos, dar un paso atrás y dejar que actúe por sí mismo. A poco que reflexionemos, nos daremos cuenta de que no dejarle hacer las cosas, en el fondo no es más que una prueba de desconfianza, de falta de fe en nuestro propio hijo, pues demuestra que no creemos en él, que no confiamos en que lo pueda hacer solo. Nos adelantamos por comodidad, por las prisas, por falta de tiempo, por falta de paciencia, pero, sobre todo, por falta de confianza en él.
Nadie puede aprender por otro, y la única forma de enseñar es, por tanto, dejando hacer. Dejarle que lo haga, que ensaye, que pruebe una y otra vez, que se equivoque. Por eso, lo esencial es que el educador, el padre o la madre que quiere conseguir que su hijo se vista, coma, se duche o haga una compra en un comercio, lo que tiene que hacer es observarse a sí mismo, vencer su tendencia a adelantarse y a hacer las cosas en su lugar y, dando un paso atrás, dejarle que actúe. Será la mayor prueba de confianza que le podemos dar.
Comentarios
GRACIAS POR COMPARTIRLO.
pero son mas las sorpresas que nos dan, ya que muchas veces los subestimamos
Gracias.
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