Editorial: Valores y Comportamientos

Mayo 2022
Mafalda lo expresó muy claramente en una de sus tiras: “Amo a la humanidad; lo que me revienta es la gente”.
Y es que no basta con afirmar “estos son mis valores”; o la grandilocuencia con que uno se declara “patriota” o “ciudadano”, si se olvida y desentiende en su vida práctica, real, del concepto mucho más sublime de “prójimo”. Y lo vive con hechos, visibles y constatables.
Los valores existen como conceptualizaciones de los comportamientos virtuosos. Cuando alguien nos pregunta por nuestros valores, nuestra respuesta suele consistir en verbalizar una mezcla de nuestros valores verdaderos, de lo que creemos que debemos responder, de lo que sospechamos que está de moda y de eso a lo que aspiramos. Pero de lo que hay que hablar es más de comportamientos y menos de valores. Porque sólo el comportamiento es la demostración fiel de cuáles son realmente nuestros valores. Reza el refranero español: “Dime de qué presumes y te diré de qué careces”.
Bien está que nuestros chicos y jóvenes conozcan los valores que la humanidad requiere, pero su auténtica educación exige la formación en comportamientos; que nuestro sistema educativo procure forjar personas más valientes, más resistentes, más compasivas, más reconocedoras del prójimo y de su dignidad intrínseca.
El mundo de la discapacidad está repleto de valores en forma de eslóganes, hashtags, declaraciones, ¿ambiciones? por parte de quienes detentan o desean conseguir el poder, la medalla, el reconocimiento. A todos los niveles: líderes de organizaciones internacionales, gobiernos nacionales, partidos políticos, instituciones locales, dirigentes de asociaciones. Muchos de sus productos nacen con la buena intención de atender a determinados valores, pero sin la flexibilidad que sólo se alcanza cuando la persona ha experimentado la realidad, cuando su comportamiento le ha dado la oportunidad de conocer al prójimo y sus necesidades. Debemos recuperar la palabra prójimo: es la única que nos asegura la disposición al servicio real, personal, auténtico.
Lo dicho es extensible, cómo no, a toda la sociedad. Cuántas declaraciones deslumbrantes, cuántas fotos y vídeos junto a personas con discapacidad, estratégicamente distribuidos, oímos y vemos por parte de individuos que jamás gastan un minuto en atender a quien lo necesita, a comprender su problema; o incluso huyen de él como si estuviera contaminado. Se nos gastan y agotan los eslóganes: “Hay que…”, “El gobierno debe…”, “Todos somos iguales…”, “La ciudadanía ha de…”. Pero en el fondo ocultamos nuestra verdad: “Es que… me molesta”.
Comentarios
Como médico, con más de 40 años de trabajo con personas con síndrome de Down, he vivido innumerables experiencias, y puedo expresar, que incluso en las propias organizaciones de susodichas personas, he percibido dolorosamente realidades de exclusión, por parte de directivos o algunos miembros de las mismas, quienes desvirtúan así sus objetivos. Estoy en las redes sociales y grupos WhatsApp, como acusioso observador, expreso que son fuentes para estudiar la exclusión.
Tengo que referirme al mandamiento nuevo que nos dejó Jesús: "Amaos los unos a los otros como yo os he amado", y si tan sólo cumpliésemos ese mandamiento, todo sería distinto para la humanidad.
Ha dado en el clavo. Yo creo que el editorialista no se atrevió a decirlo.