Editorial: Gracias, abuelas
¡GRACIAS, ABUELAS!
Una de las más destacadas revoluciones sociales que se ha producido en las últimas décadas ha sido la que ha permitido la incorporación de las mujeres al mundo laboral. Ese movimiento ha supuesto un enriquecimiento evidente en todos los ámbitos, que ha favorecido el desarrollo social global.
No obstante, esa transformación radical no hubiera sido posible si otras mujeres, las madres de las que se incorporaban al trabajo, las abuelas, no hubieran asumido la responsabilidad del cuidado de los niños. Está demostrado que este paso no se habría podido dar sin que las abuelas se encargasen de sus nietos.
Si uno de esos nietos, además, tenía síndrome de Down, el peso de esa responsabilidad era aún mayor, pues no se podía dejar su cuidado en manos de cualquiera, sino que era preciso alguien de confianza para asumir esa misión.
Quién mejor que la abuela que supo sentir como nadie, en lo profundo de su corazón, el dolor de su hija, de su hijo, cuando nació el niño con síndrome de Down. Porque ellas sintieron un triple dolor en ese momento: el dolor propio fruto en parte de la incertidumbre y del desconocimiento; el dolor multiplicado de su hija, sabedora de que parte de sus sueños se habían roto; y el dolor del niño, de la niña desvalidos que vienen a este mundo inhóspito, sin saber si van a poder soportarlo.
Esa abuela que luchó, que animó, que consoló, que lloró, que escuchó, que alentó, que confortó, que ofreció siempre su hombro cuando le fue reclamado para apoyarse o para llorar en él, desde ese día, hasta hoy y para siempre, a su hija, a su hijo. Quién mejor que la abuela para entender a quien es sangre de su sangre, corazón de su corazón.
Cada vez se ve con mayor frecuencia a las abuelas (y a los abuelos) en los parques, en las escuelas, en los comercios, en los lugares de ocio con los niños con síndrome de Down, venciendo el inicial recelo al tener que mostrar a sus amigos y vecinos la diferencia de su nieto. Recelo comprensible, dado que vivieron una época en la que el síndrome de Down era motivo de vergüenza y objeto de ocultación. Este hecho aporta un valor añadido a su esfuerzo.
Cada vez es más habitual que las abuelas (y los abuelos) acerquen a sus nietos a las correspondientes terapias, e incluso que trabajen en casa, aplicando programas educativos y de atención temprana.
Cada vez es más natural que los niños con síndrome de Down vayan a la compra con sus abuelos (y sus abuelas), quienes aprovechan esas situaciones para enseñarles a contar, a leer o a entrenar sus habilidades sociales. Incluso se ha propuesto como ejemplo de intervención para mejorar la comunicación con un hijo con síndrome de Down el modo con que los abuelos hablan con sus nietos, y se ha denominado “las reglas del abuelo”.
Cada vez es más frecuente ver a las abuelas (y a los abuelos) asistiendo a cursos y congresos, para aprender más y así poder atender mejor a sus nietos.
Otra gran revolución silenciosa, la de la mejora de la calidad de vida de las personas con síndrome de Down, tiene unos protagonistas ocultos, humildes, abnegados, desinteresados, callados: las abuelas, los abuelos. Saquemos a la luz y situemos en el lugar que se merece el valor de su labor.
¡Gracias, abuelas! ¡Gracias abuelos!
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