Editorial: A vueltas con las palabras: diversidad funcional
A vueltas con las palabras: diversidad funcional
Hace tiempo que el término "diversidad funcional" es propuesto por algunas personas y grupos como alternativa al uso de "discapacidad", con la intención de reducir el supuesto efecto peyorativo que esta última palabra conlleva. Del mismo modo, proponen sustituir la expresión "persona con discapacidad" por "persona con diversidad funcional", con el objetivo de emplear una terminología sin carga negativa para designar a un colectivo de personas que, según ellos, simplemente cuentan con capacidades diferentes entre sí y diferentes a las de las demás.
En varias ocasiones, hemos abordado en este mismo espacio el asunto de la terminología, recalcando la importancia de emplear palabras que, respondiendo a la esencia de la realidad, sean respetuosas con aquellos a los que nos referimos. Términos que en sus orígenes hacían referencia a categorías diagnósticas de carácter científico, como idiocia, imbecilidad o cretinismo, al ser conocidos por la generalidad de la población y extendida su utilización, fueron degenerando en insultos de uso corriente. Lo mismo podemos decir de la expresión "mongólico", que tanto nos desagrada a quienes transitamos por el camino del síndrome de Down, y que en sus orígenes no era más que una denominación diagnóstica empleada para designar la trisomía 21.
En ese intento de ser cuidadosos con las palabras y respetuosos con las personas, muchos otros vocablos han ido decayendo en su uso y siendo sustituidos por otros más amables. Es el caso de la expresión "minusválido", eliminada al constatar que esas personas no son de menor valía que las demás. Sin embargo, se llega a un punto en el que el límite entre lo políticamente correcto y el eufemismo innecesario, se desdibujan.
La expresión "diversidad funcional" parece encontrar su mejor paralelismo en la diversidad en la Naturaleza, fuente de su mayor riqueza. En el mundo natural tenemos animales que vuelan, que nadan y que caminan, cada uno ocupando su parcela de la realidad y por tanto, siendo muestra de todas las posibilidades que se pueden presentar a la hora de ocupar el espacio: tierra, mar y aire. Ése es su gran tesoro. Pero si un águila tiene las alas rotas, no hablamos de diversidad natural, sino de una disfunción en su capacidad de volar, que probablemente le cueste la vida.
Hablar de diversidad funcional nos lleva a pensar que no hay ninguna dificultad, que sencillamente se trata de otra forma de actuar, distinta, pero igualmente válida. Sin embargo, si una persona no puede ver, oír, caminar, razonar o pensar como las demás por causa de una disfunción, esa persona tiene unas necesidades específicas que, entre todos, hemos de atender. Si nos quedamos con que sencillamente es distinta, caemos en la comodidad de dejarla que "disfrute" de su diferencia sin hacer nada, cuando lo que le ocurre es que tiene una limitación para realizar algo que los demás llevamos a cabo de forma natural y sin esfuerzo, y que por tanto la sociedad ha de intentar compensar con todos los medios a su alcance.
Pero, además, el término de diversidad funcional para señalar a la discapacidad es falso en sí mismo, porque la diversidad funcional es una propiedad que atañe a todos los seres vivos en cuanto que cada uno es distinto de los demás. Es decir, equiparamos el todo con la parte; sencillamente, creamos confusión. Acotar no es marginar ni discriminar; acotar ayuda a definir con el fin de mejorar el servicio: conocer más para servir mejor. La marginación nace de nuestra perversa intención o consideración.
De ahí que muy variadas instituciones vinculadas con este mundo, con el Comité Español de Representantes de Personas con Discapacidad (CERMI) a la cabeza, y en nuestro caso Down España, hayan manifestado que el término que ha de emplearse siempre y en todo momento es "persona con discapacidad" para referirse a este sector de la ciudadanía y "discapacidad" para referirse a su realidad personal y social. En el caso de las personas con síndrome de Down, son personas con discapacidad intelectual. Y eso en absoluto reduce o restringe su plena dignidad humana.
Está bien que seamos cuidadosos con las palabras, y que nos mantengamos vigilantes ante el uso peyorativo o despectivo de las mismas; pero el empleo de términos que no describen la realidad y acaban por ocultarla, hace muy flaco favor a quienes están defendiendo con ahínco sus derechos e intentando visibilizar unas necesidades concretas que han de ser debidamente atendidas.
Nuestro artículo profesional en este número de la revista aborda con precisión el desarrollo de la neurodiversidad en su relación con la discapacidad intelectual.
Comentarios
Sin embargo creo que debemos ir más allá de las palabras, ese creo es el verdadero cambio, porque no importan cómo les llamemos, sino cómo les tratamos. Más que el uso trivial de las palabras habría que estandarizar el tema desde el punto de vista legal, ahí sí creo que puede haber un antes y un después. Gracias !
nosotros acá npos quedamos con el término de persona con discapacidad intelectual en el caso de síndrome de Down y no creo que sea una expresión que degrade a la persona.