Quien se atreva a enseñar, nunca debe dejar de aprender

Editorial. QUIEN SE ATREVA A ENSEÑAR…
"Quien se atreva a enseñar, nunca debe dejar de aprender". John Cotton Dana
Padres y profesores tienen la misión común de educar a sus hijos y alumnos respectivamente, que al fin y al cabo son los mismos. Ambos comparten el mismo objetivo dirigido a los mismos beneficiarios y, por tanto, han de contar con una mirada común enfocada hacia ese horizonte compartido. El enfrentamiento relativamente frecuente entre ambos ha de producir, por fuerza, daños colaterales en el que debería de ser el destinatario final de sus enseñanzas. El niño siempre sale perjudicado en los desacuerdos educativos entre padres y maestros. De ahí que ambos estén condenados a entenderse, pues están condenados a compartir el mismo fin.
Si la educación del niño es su fin compartido, ambos comparten también la obligatoriedad de seguir la máxima que encabeza este editorial: "quien se atreva a enseñar, nunca debe dejar de aprender". Aprender es condición necesaria para enseñar. Si no conozco algo, si no lo aprendo, no puedo enseñarlo. Por otro lado, si lo que quiero es enseñar o, más bien, que el niño aprenda, tengo que crear las condiciones precisas para que se produzca ese conocimiento, condiciones que tengo que aprender previamente.
Quien enseña, aprende; y quien aprende, enseña. El que enseña es siempre el que más aprende preparando aquello que ha de enseñar. Quien aprende enseña al que le está educando, si este último es capaz de entresacar la información que sale del proceso de enseñanza-aprendizaje. Pues se trata de eso, de un proceso en el que el que enseña aprende y el que aprende enseña. Aprendemos cada día, en cada instante, mientras intentamos enseñarle al niño con síndrome de Down al que acompañamos en su tránsito por la vida. Su compañía nos enriquece y nos ayuda a crecer.
Enseñar no existe sin aprender. Y quien quiera ser educador (que es mucho más que enseñante o docente) ha de mantener ese espíritu de curiosidad permanente, de aprendizaje perpetuo, de perplejidad ante la vida y ante quien está intentando educar, para seguir aprendiendo cada día, para cada día enseñar con mayor efectividad.
El buen educador sabe que el conocimiento se crea en cada persona que está aprendiendo, que descubre de nuevo en cada ocasión y como siempre ha ocurrido, lo que otros ya saben, pero a esa persona deja perpleja. Cada vez que alguien aprende algo, es como una vela que se ilumina con el fuego del conocimiento. Y el buen educador sabe también que tiene que mantener esa misma visión limpia del niño que acaba de aprender algo, en su propio desarrollo como formador, para no caer en rutinas de enseñanza que suponen la muerte de la educación. Enseñar requiere aprender continuamente, y en esa misión interminable han de embarcarse padres y maestros.
No podemos dejar de mencionar, por último, el necesario aprendizaje compartido entre padres y profesores, en el que los maestros aprenden de los padres (que siempre son los que más saben de sus hijos) y los padres aprenden de los maestros (que son los profesionales que les pueden aportar la visión distante de quien no tiene la misma implicación emocional). Escuchando a quienes comparten nuestra misma misión, aprendiendo de quienes como nosotros tienen que aprender, podremos llevar al niño a la meta de su máximo desarrollo como persona. Porque todo bien humano nace de un feliz encuentro.
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Felicidades